Crítica y metáfora, la continúa combinación que a través de las letras de Morrissey descubrimos como el refugio más iluminado de la tristeza. Su autobiografía sigue ese mismo patrón, el de alguien que llora “por el lenguaje poético” y clama “encontrar a los que están sin miedo, los agentes libres”, pero al mismo tiempo busca afirmar un ego, el del vocalista que no quiere “vivir sin ser visto, camuflado dentro de la multitud”.
Como era de esperarse, su autobiografía no es del tipo de grandes revelaciones, es la afirmación de algunas sospechas sobre su vida personal, esa parte que permanece la mayoría del tiempo inaccesible y tergiversada por la prensa amarillista, pero de alguna forma visible por medio de sus canciones. A lo largo de las páginas percibimos esa enemistad, los valles y crestas, el aislamiento, pero sobre todo siempre está presente “un sentimiento de cambio y de escabullirse, pero nunca una sensación de seguridad o estabilidad. El mañana ya es un rompecabezas”.
El misterio permanece intacto, sin embargo Morrissey dibuja algunos patrones que más tarde se convirtieron en una constante en las letras de The Smiths y su carrera como solista. El ego y la enorme boca que hoy conocemos como una de sus grandes características (al mismo tiempo positivas y negativas), al inicio de la historia es una zona borrosa, en las primera páginas se percibe tan gris como el Manchester que describe durante su infancia, de ahí parten todas sus críticas más viscerales contra el sistema educativo (lleno de golpes, injusticias y otras formas de opresión creativa según sus recuerdos), la sangre irlandesa que corre por su corazón inglés y las continuas muestras de violencia contra los animales, que años después no solo se convirtieron en Meat Is Murder, también se volvieron el constante y silencioso abandono de cualquier mesa donde se sirva un animal asesinado, algo que en su momento provocó que le dijeran: “debe ser un infierno vivir contigo”, algunos concuerdan con la declaración de David Bowie, aunque por otras razones.
Las criticas a todo mundo a través de la guillotina verbal son tan grandes como la soledad y la sensación de no pertenecer, siendo rechazado por propios y extraños por ser “demasiado honesto”. Se percibe el aislamiento, se abre paso en cada recuerdo, se convierte en la atmósfera que explica de muchas formas todas las características que hoy no dudamos en atribuir a Morrissey.
Esperar grandes revelaciones es un error, es poco lo que muestra a nivel personal, brinda algunos detalles de algunas relaciones y ata cabos por la memoria para hacernos ver lo que no aparece en las notas de prensa ni entre líneas. Por esa razón su autobiografía no es una historia en capítulos, es un reventar en palabras, un continuo fluir de ideas de alguien que a pesar de aparecer continuamente en los medios, lo hace por las razones equivocadas, desde su perspectiva sus palabras han sido utilizadas para exhibirlo, más no para conocerlo.
Morrissey aprovecha ese espacio para explicar no solo su dolorosa relación con medios como NME y periodistas, cercena con sus críticas las cabezas de Tony Wilson (Factory Records, La Hacienda), el locutor John Peel y Geoff Travis, a quien exhibe incapaz de reconocer el talento de The Smiths pero muy hábil para construir con base en sus discos el éxito de su sello Rough Trade.
Incisivo, algo rencoroso y a veces divagando por sí mismo en tercera persona, la autobiografía de Morrissey encuentra sus mejores momentos cuando se trata de explicar contextos históricos, las fallas de la industria discográfica (que por supuesto incluye sellos, periodistas musicales, medios, productores y foros, nunca los fans) y dejarnos claro de donde parten sus ideas llenas de poesía e impresiones visuales.
El final es flojo, lleno de recuentos de conciertos, listas de popularidad y un montonal de números que parecen tener mucha importancia en la vida de Morrissey para validar el éxito no completamente reconocido, de alguna forma tanto número sirve para balancear los primeros 21 años que vivió siendo rechazado, los años de pobreza y las giras que vivió en el aislamiento de su propio grupo y enfrentar el pasado con su gran sorpresa al descubrirse adorado por el público (el mexicano en muchas ocasiones) y aceptar que cada vez que dice “¿para qué querría una reunión de The Smiths si tienes esto?”, lo hace con muchas razones de respaldo.
No solo es el éxito individual a pesar de la múltiples demandas que ha vivido, es recordar en largas páginas que existió un juicio por regalías, la manera en que sus compañeros le dieron la espalda y lo destrozaron en una corte para regocijo de la prensa, para buscarlo una vez más para lograr esos millones que prometía el festival de Coachella por una reunión. Como dice Moz, “sí, el tiempo puede curar. Pero también puede desfigurar. Y sobrevivir a The Smiths no es algo que debe ser intentado en dos ocasiones. Si la división de The Smiths fue diseñada para matarme, falló. Si el ataque judicial de The Smiths fue un segundo intento de matarme, también falló. Hay otro mundo, hay un mundo mejor, tiene que haberlo”.
Si, la autobiografía es sobre un ego, pero también es sobre la idea de integridad, esa molesta honestidad de Moz que tanta comezón nos da. Para él es algo tan simple y directo como todo lo que sale de su boca: “vincula la honestidad en el arte con la honestidad dentro de la persona que ha creado el arte”. En Morrissey una cosa lleva automáticamente a la otra.
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