Ningún espectador es inocente, premisa que no sólo plantea ver el interior de The Libertines, también obliga a recordar que desde el momento en que se volvieron populares, cada fragmento de la historia de la banda fue dicho a través de múltiples lentes, la mayoría de ellos amplificados en los titulares desesperados de la prensa amarilla, que convirtiero el drama al interior y durante la separación en la conciencia general británica, desarrollando una mitología que no sólo tiene que ver con un fondo fascinante, el libertinaje bohemio, un sonido característico y, por supuesto, la unión mística entre dos músicos que no dejan de soñar con Arcadia.
Cuando llegamos al encuentro con The Libertines en There Are No Innocent Bystanders, han transcurrido seis años entre su separación y la reunión, aunque sus guitarras no han perdido su distintivo sonido, es evidente que Pete Doherty y Carl Barat ya han pasado el peligro de ingresar al Club 27, su influencia también ha disminuido en la última década, pero su postura hedonista, poética, anárquica e introvertida aún sigue siendo propiedad únicamente de The Libertines, ellos siguen representando todo lo que es bueno de rock and roll británico.
A través del perfil de cada miembro de la banda, tanto individual como componente de un colectivo, la película da a cada uno de ellos la oportunidad de exponer su fragmento y perspectiva dentro de la historia. Todos son espectadores de lo ocurrido, incluso el público se vuelve un cómplice, nadie es inocente cuando redescubrimos a The Libertines. Basta una mirada más allá de los titulares sensacionalistas, para tener una visión íntima de una banda en camino de reformarse y reparar amistades.
La película captura el espíritu de la banda, con historias y momentos contados y revividos en lugares clave por la propia banda, no sólo escuchamos las razones para la separación y los rencores que parecen mantener a sus cuatro integrantes a una distancia prudente entre ellos. Redescubrimos a su lado los sitios que provocaron esas imágenes, instantáneas caprichosas y románticas que resonaron en los titulares. En compañía de un Carl Barat reflexivo, estable y consciente, recorremos las diversas guaridas que tuvo el grupo en Londres, de un burdel en Holloway Road a la escena de Shoreditch que "arrancó su propio corazón" a través de la eliminación de los artistas que la formaron.
Por supuesto, en el centro de la película se encuentra la relación entre Pete Doherty y Carl Barat, el vínculo entre ambos no sólo sostiene los alfileres del mito The Libertines, también sustenta todo el documental, llevándonos a momentos jocosos, fraternos y sumamente traumáticos que culminaron con su separación en 2004. Evidentemente la historia no termina ahí, la reunión está llena de instantes conmovedores, los vemos reunirse en un pub, brindando una conferencia de prensa, con botella en bolsa de papel en mano recorriendo algunas calles, acercándose en desastrosos ensayos, olvidando lo que tocaban hace años y, aparentemente, volviendo al viejo ciclo que los asoma a una nueva ruptura. La tranquila sensación de decepción, sin embargo la aceptación es algo nuevo dentro de The Libertines.
A diferencia de la mayoría de las películas musicales, esta franqueza se centra en lo que todavía no se ha resuelto, amistades que todavía están en la reparación. El estado de flujo se perpetúa a lo largo de la película, pero la perspectiva de los integrantes es diferente entrados los 30, como dice en una de las muchas discusiones sobre su separación, Carl Barat explica que “optó por no morir a los 27” y en él eso fue una diferencia fundamental e irreconciliable.
Dentro de las revelaciones de los últimos años, There Are No Innocent Bystanders también es el acceso a las anécdotas y los espectáculos, que al entrelazarse con una serie de entrevistas se vislumbra de nuevo la historia de The Libertines, marcando el inicio y su muerte prematura en una corriente con las fotografías de quien capturó toda su trayectoria y que la retoma, ahora en movimiento, como el director de éste documental.
Roger Sargent siempre fue el hombre detrás de la cámara, su amistad con la banda se forjó casi desde el principio y se mantuvo cuando la relación de los principales compositores de The Libertines se desmoronó, incluso estuvo presente en la división de facciones con los grupos Babyshambles y Dirty Pretty Things. Siempre estuvo presente porque la banda confiaba en él, además de que siempre los hizo lucir grandiosos.
Ese exceso de confianza es el que permite que el director obtuviera la intimidad en la que el espectador se escabulle, por la misma razón toma cierto esfuerzo penetrar ese caos de ideas, sentimientos y resentimientos, cruzamos una frontera en la que somos testigos mudos de la discusión y descubrimos muchas historias ignoradas por la prensa. Por supuesto la adicción de Pete Doherty es documentada, incluso vemos variar su aspecto a lo largo de las múltiples entrevistas, lo descubrimos fallando o faltando de nuevo a los ensayos, pero a final de cuentas Roger Sargent nos mantiene en camino hacia su famosa reunión en los festivales de Reading y Leeds en el año 2010.
A diferencia de muchos documentales sobre reuniones, al final de la película no hay precisamente regocijo, Doherty es presa de cierto nivel de tristeza y la inquietud sobre el final de la banda, Pete no olvida los motivos financieros detrás del nuevo encuentro de The Libertines, tocar dentro de un festival dirigido por grandes empresas no sería un final adecuado para el inicio, tampoco lo es la incertidumbre de no saber si recuperó a su amigo.
Level 11 por Karina Cabrera se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-No Derivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en www.sonicarsenal.blogspot.com.
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