En sus memorias, Deborah describe que encontró a Ian Curtis la mañana del 18 de mayo de 1980, con la cuerda del tendedero de la cocina amarrada a su cuello. Tenía la cabeza hacia abajo, con las rodillas en el suelo, las manos apoyadas en la lavadora. El disco The Idiot de Iggy Pop seguía dando vueltas en la tornamesa. Sin embargo ese no es el inicio de ésta película, todo comienza con la frase “existencia, ¿a quién le importa? Existo de la mejor forma posible. El presente está fuera de mi control”, frase directa y sombría extraída de la canción Heart and Soul, pero que da la pauta a la historia mostrada inmersa en Control y su inevitable final.
Plenamente conscientes de la muerte de Curtis, Control aparece como una biografía que analiza cada momento en busca de pistas para explicar el misterio de por qué se quitó la vida, pero afortunadamente pasa más tiempo en el potencial que se extendía ante él, la delicadeza oscura de su poesía y el amor que le rodeaba, logrando depositarnos aún en el último momento en la idea de lo que podría haber sido y no lo que desafortunadamente fue.
Además de los puntos clave, como la cancelación de la primera gira de Joy Division por Estados Unidos con la muerte de Ian Curtis, la relación con su esposa y la periodista belga Annik Honoré, la epilepsia en sus peores momentos y las agresivas interpretaciones del vocalista sobre el escenario, vemos el sobrecogedor sentimiento del éxito, pero también es sobre pequeños momentos en la vida de un joven (interpretado por Sam Riley) el cual descubrimos a través de detalles como su habitación en Macclesfield, Inglaterra en 1973, con discos de David Bowie, Iggy Pop y Lou Reed bajo el brazo, practicando su interpretación de The Jean Genie de Bowie frente al espejo, con una caja llena de textos, portando el legendario abrigo negro con la palabra Odio escrita en la espalda, trabajando en la oficina de empleos, fumando cigarrillos interminables, recitando espontáneamente poesía, siempre taciturno en apatía.
Corbijn inteligentemente evita los clichés de los documentales de rock y de las películas biográficas, no renuncia a los hábitos de Curtis, pero enfatiza las emociones torturadas de Curtis que concluyeron a los 23 años. Se trata de un filme discreto, reservado, casi espiritual, dedicado a llenar los espacios en blanco para indicar el camino y acercamos a la conclusión inevitable, pero Control no busca glorificar la depresión y el suicidio como una vía de escape que crea leyendas y figuras arquetipicas dentro de la historia de la música. En Control las múltiples historias alrededor logran desviarnos de esa imagen. Sam Riley logra que Ian Curtis se vea tanto carismático y repulsivo, un líder cuyas acciones tenían impacto en su familia y en los integrantes del grupo.
Bajo el ritmo de canciones como Digital, Transmission e Insight, el retrato logra sobrepasar el problema de la proximidad con el tema, Control se aproxima de forma opuesta, bordea la historia con detalles contextuales, simplemente presenta una narración tensa, emocionalmente desgarradora y la lleva a lo complejo. Abriendo la perspectiva que por un breve momento, él y su banda no fueron mucho, sólo se trató de cantar y tocar con todos sus defectos, todavía estaban lejos de la influencia de muchos años después. Luego todo se detuvo. No hay finales felices aquí, Control no se trata tanto de sorpresas, ya que se trata de la vida - una vida que terminó demasiado pronto, sin embargo, podría seguir por más tiempo.
Como fotógrafo y director de vídeos, Anton Corbijn logra que Control sea una serie de imágenes que funcionan de forma individual, hay momentos en que Curtis y el resto del grupo están rodeados de misterio, vislumbrando lo que después serían pero que ya no atestiguarían como Joy Division. En otros momentos, Manchester parece un gran jardín de hormigón gris, capturando la esencia misma de la experiencia en el escenario, sin idolotrar la vida real de su protagonista o confundir la música con la persona.
Aunque todas la escenas llevan al final del vocalista, en Control el tratamiento de Ian Curtis no es puramente sentimental, no se trata de un torturado músico encaminado inevitablemente a ese punto, como suelen mostrar las películas biográficas convencionales. En última instancia, la película no es sobre lo que Ian Curtis hizo como una estrella de rock. Es lo que él no hizo como ser humano. Es el tipo de filme en el que el suicidio es indoloro, familiares y amigos no son mostrados como víctimas del dolor y la culpa. El suicidio tampoco es mostrado como algo noble, es sólo un retrato que tiene el suicidio como final
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