The Libertines: el sonido perdido



Antes del 2001, después eran todo para los que vivían en MySpace, sus conciertos guerrilla convirtieron al grupo en el primer fenómeno viral en Inglaterra por reunir el espíritu de varios iconos británicos. The Libertines guardaba en su interior la actitud de los Sex Pistols, la pericia musical de The Clash y la inteligencia de The Smiths, incluso tenía los escándalos de genialidad que al mismo tiempo llevaron al proyecto a un precipitado fin (y un regreso de tabloide).

Su corta historia parece moverse demasiado rápido entre tanto conflicto, todos los problemas internos parecen extinguir al grupo poco a poco, pero cuando finalmente se pierde toda esperanza The Libertines emerge y demuestra que la música siempre será lo más importante, al menos así se siente cuando escuchas su segundo disco, que justo el 30 de agosto de 2019 cumplió 15 años.

Dos años después de un intermitente proceso de autodestrucción, el grupo finalmente lanzó su esperada segunda producción ‘The Libertines’, que reflejaba en 14 tracks una madurez musical y ponía al descubierto el frágil hilo que unía a sus líderes intelectuales: Pete Doherty y Carl Barật. Una relación es de creatividad con temperamento extremo, oscilando entre el amor y odio al estilo de Strummer-Jones, Lennon-McCartney, Jagger-Richards y Morrissey-Marr, quienes también intentaban apuñalarse mientras componían los mejores cortes que ha legado el Reino Unido.

HIERBA Y ACTITUD
Su sonido es típicamente londinense, salido de la escena squat y de dos cabezas llenas de hierba, romanticismo e historias guardadas para momentos pachecos en tiempos donde la legalización parecía sumamente lejos. Su nombre era una manifestación de actitud de una nueva generación: el libertino no encontraba limitaciones, no siguía las convenciones sociales y no le importaban las reglas morales. Doherty y Barật siguieron al pie de la letra esa línea, su permanencia en una casa deshabitada (invadida por una serie de personajes excéntricos) les permitió explorar al ente libre de la década de los 00, haciéndolo explotar no mucho tiempo después en forma de música y letras completamente vivenciales.

Fue en diciembre del 2001 cuando Doherty y Barật fundaron la primera alineación de The Libertines, ellos eran la base y tan sólo reclutaban a una serie de bateristas (Mr Razzcokcs fue el más famosos porque les llevaba treinta años de ventaja en la vida) y bajistas (el más destacado fue Johny Borrell, hoy integrante de Razorlight) que llenaban el hueco musical con sus instrumentos. El grupo se asentó cuando llegaron Gary Powell y John Hassal, otorgándole al grupo el sonido que no había logrado cuajar en sus inicios.

La alineación apenas se había concretado cuando apareció el dueño del sello Rough Trade, Geoff Travis, que encontró en The Libertines el sonido que “sólo aparece cada década”. Su experiencia de más de 20 años le permitió vislumbrar las grandes posibilidades que poseía el grupo y les ofreció un contrato. En esos momentos el garage y el punk estaban resurgiendo, la escena independiente se fortalecía con actos sustanciosos y letristas ingeniosos, The Libertines contaba con esas características... sólo bastaba esperar que apareciera la canción indicada.

FORMULA DE DOBLE VOZ
En un principio intentaban mezclar el jazz con el punk, de hecho en una de sus primeras presentaciones se aventaron una canción por el estilo de casi 20 minutos. Los fans que apenas se habían ganado como teloneros de The Strokes se espantaron, pero no tardaron en cambiar su opinión en cuanto surgió ‘What a Waster’. La canción desperdigaba una serie de “fucking”, “cunt”, “moron” y referencias claras a inhalar cocaína, la música era contundente mientras las voces de Doherty y Barật hacían un perfecto juego doble, que se convertiría en un sello cuando grabaron ‘I Get Along’.

A principios del 2002 The Libertines iba por el camino correcto, Mick Jones tan sólo sacó lo mejor del grupo en el disco ‘Up The Bracket’ y acentuó las raíces de su legendario grupo The Clash. Apoyo la grabación de canciones como ‘Boys in the Band’ y ‘Time for Heroes’, que son cortes de sonido muy básico y que exaltan su filosofía sobre el letargo drogadicto y su experiencia en territorios inexplorados. Hasta ahí todo parecía perfecto, era un grupo joven que alcanzaba la gloria con un puñado de canciones. La relación entre Doherty y Barật se transformó cuando entraron las drogas duras y se quedaron dentro de The Libertines.

Pete Doherty paulatinamente se convirtió en Syd Barrett, ese legendario músico que fue expulsado de Pink Floyd cuando se perdió en su propio cerebro después de tanto viaje ácido. El vocalista y guitarrista se volvió bastante prolífico, escribiendo dos o tres canciones diariamente, pero también se convirtió en un ente extraño para The Libertines. Su presencia no era algo seguro, podía aparecer en el escenario y brindar una gran actuación, hacer un berrinche a los cinco minutos de iniciado el concierto o simplemente desaparecer por varios días. Su inestabilidad, los conciertos para recaudar dinero para crack y heroína, su continúa separación del grupo y su entrada a múltiples centros de rehabilitación se convirtieron en uno de los grandes espectáculos para la prensa británica, al grado que el semanario NME llegó a publicar una nota diaria sobre él.




EL ÁNIMO Y LA MENTE
En medio de toda esa maraña de accidentes y aciertos, The Libertines logró grabar su segunda producción, que podría marcar el final del grupo o la separación definitiva de Pete Doherty y Carl Barật. El álbum es “el hermano pequeño de 'Up The Bracket'”, contenía algunas de las canciones que The Libertines grabó para ese primer disco, pero también incluía algunos cortes que fueron creados entre 2003 y 2004. Cada periodo muestra el ánimo del grupo, el estado de la relación entre los compositores principales y hasta el estado mental de Doherty.

El sonido del grupo era diferente a ‘Up The Bracket’, se sentía algo de melancolía en la música y ciertos reproches en las letras. ‘The Ha Ha Wall’ presentaba un lastimero “ha sido una larga guerra, ahora estoy cansado y sucio. No lo suficientemente sucio para ti”; mientras que ‘Can’t Stand Me Now’ y ‘Campaing of Hate’ eran una serie de reclamos sobre abandono, cambio de actitudes, aislamiento y mentiras que en medio de la gran actuación de los instrumentos no te dejaban percibir ese tono agridulce.

‘The Libertines’ no era tan contagioso como ‘Up The Bracket’, que en cuanto lo escuchabas se te quedaba grabado, pero ese es su merito. Te exige más por ese proceso de maduración que vivía el grupo y por el estado de desesperación en que se encontraban sus lideres. Existían algunos ganchos como ‘Can’t Stand Me Now’, ‘ Narcissist’, ‘Arbeit Macht Frei’, ‘The Man Who Would Be King’ y ‘What Katie Did’, disfrutabas y te permitían percibir la fuerza que mueve a The Libertines.

Ocurría lo opuesto cuando escuchabas ‘Dont’ Be Shy’, ‘Music When The Lights Go Out’ y ‘Road to Ruin’, que te jalaban a ese estado histérico y depresivo que se lleva poco a poco a The Libertines al hoyo, dejándote la sensación de que estás escuchando a un grupo que esta sumamente vivo, pero que no tardaba en quedar desahuciado o perder a uno de sus integrantes en un instante. Era como escuchar a un muerto viviente con mucho ritmo.

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