Una historia extraña, adecuada para un mundo extraño donde incluso los extraños personajes pueden incomodarnos en hora y media con su comportamiento. Parece ser la especialidad de Yorgos Lanthimos, de la misma forma que en Dogtooth (2009), nos ofrece una comedia oscura, con una absurda visión de las relacionas humanas y su alienación, pero ésta vez la historia no ocurre dentro del encierro, sino a través de una misteriosa organización clandestina que ayuda a los dolientes a superar sus pérdidas.
Una enfermera (Aggeliki Papoulia), un paramédico (Aris Servetalis), una gimnasta (Ariane Labed), y su entrenador (Johnny Vekris) con una vida aparte como miembros fundadores de Alps, una organización con un nombre multiuso, simbólico e imponente. Parece un acrónimo, no es exactamente nada, pero significa lo insustituible, es una vaguedad que tampoco representa la verdadera función del grupo: son reemplazos en una especie de terapia para superar la pena y la pérdida de un ser querido.
Sin explicaciones ni una pista para entender porqué los clientes no buscan ayuda profesional, los cuatro integrantes de Alps se convierten en alguien a quien abrazar, alguien con quien hacer el amor en el sótano de una tienda de lámparas o revivir una y otra vez las escenas preferidas de los ausentes. Los dolientes consiguen lo que pagan, un suplente para mantener vivo un recuerdo. Se trata de la personificación como una forma de consuelo.
Los sustitutos no necesariamente se parecen a los muertos o suenan como ellos, pero están dispuestos a dedicar varias horas a la semana a realizar diálogos memorizados que presumiblemente logran llenar vacíos. El ritmo de esa extrañeza se mete bajo la piel, pone al espectador en un estado de incomodidad constante, donde solo puedes ver la línea que separa lo racional de lo saludable y adivinas que lo extraño no dejará de moverse a través de las suplantaciones, que no tardan en absorber a algunos de los protagonistas.
Alps contiene algunos de los elementos de Dogtooth, mantiene los castigos sorprendentemente crueles, el apego emocional a cosas extrañas, el lenguaje castrado de todo significado y la unión sin cuestionamientos a una perspectiva singular. Si una película es recortada por la dinámica de la familia disfuncional hasta alcanzar al terrorismo emocional, en otra lo cruel resulta diferente pero de una manera similar.
En ambas Lanthimos piensa en las deficiencias de los sistemas de relaciones, donde los jugadores no conocen las reglas del juego, ya que las reglas siguen cambiando sin ninguna explicación. Como escritor y director, Yorgos Lanthimos es un comediante sombrío, entiende el potencial placer que proporcionan las tonterías, pero como aprendimos en Dogthoot, el humor negro no tarda en sustituir las carcajadas por la extrañeza. Sus personajes parecen enfermos emocionalmente, por lo que nunca logran caricaturizar la enfermedad que retratan.
En Alps el director impulsa aún más el territorio emocional, aunque no por eso deja las abstracciones, se apega a su propio estilo donde abunda la improvisación del teatro experimental y la danza. Al provenir de los laboratorios de esos mundos, el resultado es un par de películas que consiguen una creatividad relajada y una excentricidad que empieza a girar alrededor de lo increíble. Lanthimos juega todo esto, exterioriza los misteriosos mundos internos y nos reta a explorarlos sin poder llegar a una conclusión.
El filme parece explorar la identidad emocional, lo que en parte llega a definirnos, pero es una proyección que responde a los demás. Sus personajes se pierden a sí mismos en esas conexiones, interpretan su papel, pero parecen perder a las personas reales en su propia vida. Por supuesto no hay lugar para entenderlos, ese no es el objetivo. Tanto en Dogtooth como en Alps, lo que importa es la consecuencia de los actos en la condición humana. En manos de otros directores se trataría de un análisis concienzudo, pero en el caso de Yorgos Lanthimos es sesgado por la estética y su sensibilidad, dominan la experiencia de forma extremadamente sombría.
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