Tal vez es culpa de la sobredosis binaural o el hecho de que estoy haciendo un programa inspirado en los estados de ánimo que puede provocar la música, la cuestión es que estoy pensando mucho en el sonido, tanto que últimamente recuerdo algunas escenas de Lisbon Story de Win Wenders, sobre todo aquellas en las que Phil Winter siguiendo su instinto magnifica los sonidos de la capital portuguesa y nos lleva hasta el fado y el sitio donde ensaya Madredeus.
Siguiendo el instinto de ese ingeniero de sonido que Wenders muestra en tres películas diferentes, he estado persiguiendo el ruido y lo he encontrado de formas muy diferentes.
Hace unas semanas Jarvis Cocker presentó un proyecto inspirado en esos sonidistas y la posibilidad de llevarte hasta el sitio del que se extrae la postal sonora, es un proyecto sumamente ambiental que intenta transportarte hasta impactantes locaciones en el Reino Unido, desde castillos hasta jardines y paisajes del campo, sin embargo el disco National Trust es sólo un conjunto de tracks sumamente cortos, que no tienen gran diferencia de cualquier álbum de relaxation & meditation, pero tienen el extra de haber sido grabados por el ex-líder de Pulp.
La verdad National Trust: The Album no es nada espectacular (si tienes curiosidad puedes bajar y/o escuchar cada fragmento aquí), pero el experimento de Cocker finalmente responde a la máxima de Brian Eno sobre el ambient: es algo que puede ser “activamente escuchado con atención o fácilmente ignorado, dependiendo de la elección del que escucha”. Además de responder a la promoción (sonora) turística del Reino Unido, los fragmentos de Jarvis Cocker encajan en la parte de ambiental, más no en la parte experimental de la música (sobre todo la electrónica), pero no importa, para eso tenemos a Dirty Projectors y Björk, una colaboración forjada en sueños húmedos y la contemplación de ballenas en las costas de California que lleva el nombre de Mount Wittenberg Orca.
Desde hace tres días he escuchado incansablemente el disco, parece perfecto para estos días nublados (sobre todo para contemplarlos desde un auto en movimiento con vidrios empañados). En la primera vuelta Mount Wittenberg Orca me pareció un poco inaccesible, difícil, pero ese primer encuentro ocurrió con las bocinas de la computadora a un volumen razonable. La perspectiva cambió cuando la música se puso en movimiento conmigo, los audífonos y la oscilación liberaron sin distracciones las partes ambientales y experimentales de las que habló Eno en una visita reciente a México.
Mount Wittenberg Orca crece a través de siete piezas con énfasis en la armonía vocal, acentuada por capas de guitarras y percusiones, pero modificadas al mínimo. La idea no fue sólo capturar la imagen de las ballenas surcando el océano Pacífico o los sonidos melódicos que componen su canto, se trató de encapsular el impulso instintivo que tenía el proceso de grabación hace unos 50 años, cuando los mini-álbumes surgían rápidamente después de una sesión en vivo y en los que sólo se consideraban las primeras o segundas tomas, unicamente se doblaban vocales y solos, todo lo demás permanecía intacto, fiel al primer impulso.
Después de muchas vueltas con Mount Wittenberg Orca, repito la recomendación del líder de Dirty Projectors: “Don’t listen on those tinny computer speakers — put in on the stereo and blast dat shiiiiiiiiii!!”
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