Mike Lerner y Maxim Pozdorovkin desarrollaron un documental que habla de la música y los motivos, pero conforme pasan los minutos y las declaraciones, descubrimos que Pussy Riot, el juicio y la sentencia son síntomas de un choque cultural más amplio que implica recuerdos de persecuciones ocurridas en 1937, el fervor religioso de la Rusia de Vladimir Putin, la percepción de las mujeres y los límites de la libertad de expresión en este contexto, permitiéndonos desconectar y absorber la política social y los impulsos contraculturales que acompañan la música y el arte.
Más que un conjunto de imágenes de su actuación en la catedral de Moscú y el juicio, al fondo el documental es sobre la intolerancia y el miedo. Lerner y Pozdorovkin nos ponen en el contexto en el que Pussy Riot se formó: un nuevo periodo de Putin al frente del estado ruso y sus consecuencias. Al igual que muchos otros colectivos en ese país, el grupo contaba con una lista amplia y actualizada de temas como el feminismo, la liberación sexual, la libertad de expresión y la separación de iglesia y estado, todos fueron abordados y manifestados a través del punk y unas cuantas presentaciones en guerrilla. Con el espíritu de sus coloridos pasamontañas y vestidos cortos, Pussy Riot no tardó en construir su reputación en la improvisación donde probablemente sería más desagradable.
Tras el contexto, la historia de las tres integrantes detenidas y las actuaciones de Pussy Riot, el filme nos lleva al juicio, las preguntas tendenciosas, las imágenes en silencio que buscan convertirlas únicamente en un fondo intrascendente y las conversaciones detrás del cristal de los acusados, ahí es donde descubrimos a Nadezhda Tolokonnikova, Maria “Masha” Alyokhina y Yekaterina “Katia” Samutsevich, quienes difieren en motivos pero coinciden en la idea de que sin importar que digan serán encontradas culpables. El resultado es conocido por todos.
Sin embargo Pussy Riot. A Punk Prayer va más allá de la historia de tres mujeres acusadas de odio religioso, blasfemia y su consecuente aislamiento en una prisión rusa, el documental es sobre las hijas de la era posterior a la Perestroika que en su difícil situación personifican los profundos virajes políticos que ha soportado un país y que con solo 30 segundos (el tiempo que duró su actuación en el altar principal de la catedral) buscaron librar una batalla que es nada menos que una forma valiente de arte.
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