Como resultado de dos guerras, la generación beat era una revelación sobre la vida entre el alcohol, sexo, marihuana, jazz, literatura y la ilegalidad, libertad de los prejuicios establecidos por la sociedad norteamericana en los años 50, donde se disfrazada el orden público con democracia para olvidar la muerte, la carestía y el horror de los que ya no volvieron y los que regresaron con caras conocidas en la mente de personas totalmente diferentes.
Algunos preferían desviar la mirada, pero aquel grupo de artistas y escritores se inclinaba por la sensibilidad y el Carpe diem, estableciendo relaciones con el difuso límite que hay entre la existencia y la inexistencia, la búsqueda del significado y la pertenencia a algo. Sin embargo, en su mayoría todo se trataba del ritmo con el que se vivía, aunque en el caso del poema El Aullido de Allen Gingsberg y la novela On The Road de Jack Kerouac se trataba del pulso con el que se pensaba.
Como en el caso de otras adaptaciones de la literatura al cine, cuando se trata de libros de culto, las propuestas son múltiples y pocos deciden enfrentar el reto. En el caso de On The Road, pasaron más de 50 años, tiempo en el que la autobiografía de la vida bohemia de Kerouac se convirtió en un éxito, estableció formas de lenguaje y sobre todo lanzó literalmente al camino (principalmente a San Francisco) a los jóvenes de tres generaciones antes de impactar la pantalla con la omisión de algunos los personajes del libro, un Sal Paradise de una sorprendente nulidad emocional y Dean Moriarty caracterizado como un perdedor egoísta.
A pesar de las ausencias y los giros en la personalidad de los personajes principales, desde el principio la adaptación de Walter Salles es estimulante, como el idilio y el paseo inolvidable. Al igual que la novela, la película divaga, pero nunca se muestra incoherente, dentro del ritmo que salta entre recuerdos, ideas y vivencias que al final vemos reflejados vívidamente en el momento en que On The Road se materializa a través del golpeteo de la máquina de escribir.
Con Los Diarios de Motocicleta bajo el brazo, Walter Salles probablemente se enfrentó con un proyecto no sólo difícil de digerir, es poco más de lo que cualquiera puede masticar al probar a Jack Kerouac. La laberíntica novela, que se establece en un ritmo sin un argumento real, era un remolino general que anticipaba el periodismo gonzo. Mantiene en cierto modo a lo largo de dos horas el estilo de narración elíptica de Kerouac, que requiere una audiencia activa, cualidad que desde su publicación la hicieron material perfecto para una road movie, sin embargo los giros al interior de cada trayecto la hicieron casi intocable para el cine.
Precisamente de esa forma el director aborda On The Road, como un torrente de emociones volcadas en pocas horas un rollo de papel, tratando de ajustar las ideas al cine convencional de forma directa, contando con cordura una versión de los hechos descritos en el libro y, contra todo pronóstico, en ese punto la película es sorprendentemente eficaz, transmitiendo las bellezas físicas y emotivas del paisaje en Estados Unidos, compartiendo la descuidada excitación de esos jóvenes mientras observamos a la distancia el daño que van haciendo a su paso.
Salles permite que la audiencia coloque las piezas que no vemos en la pantalla, al igual que los personajes de la novela lo hacen. En el centro seguimos encontrando al narrador Sal Paradise (Sam Riley), el aspirante a escritor que vive con su madre, que busca una figura paterna en el influjo de la mala fama de su nuevo amigo Dean Moriarty (Garrett Hedlund). Sal está fascinado por el carismático y locuaz Dean, quien parece conocer a todos los miembros clave de la Generación Beat, además de poseer un espíritu libre que lo guía sin falla hasta cada estación de servicio con alimentos y una bomba de combustible sin protección.
El director captura la desilusión del narrador con el paso de cada camino, el magnetismo que ejercía Dean Moriarty en ambos sexos, compartiendo tragos, drogas y a veces la esposa adolescente de Dean, Marylou (Kristen Stewart). Salles se introduce en las fiestas y los clubes de jazz, erotiza lo que Kerouac ya había hecho sumamente erótico e incluso se muestra más explícito que el propio escritor de On The Road. También nos lleva a los puntos bajos de la mañana siguiente, con el triste amanecer en las carreteras vacías. Se entiende que ser fiel a uno mismo por lo general implica ser falso con otra persona.
El director brasileño y el guionista puertorriqueño José Rivera construyen una atmósfera y se mantienen muy cerca del espíritu de la prosa de Kerouac, crean una película que termina siendo un estudio del ensimismamiento. On the Road es explícita y cruel, divertida y llena de consecuencias de vidas pasadas hasta que esas consecuencias se acumulan, sin embargo lo que más brilla en On The Road no son Dean y Sal, sino los actores secundarios, incluyendo a Viggo Mortensen (caracterizando a Old Bull Lee, la versión de Kerouac de William Burroughs), Amy Adams (como la esposa del inestable Bull), Kirsten Dunst (otra de las esposas de Dean) y Elisabeth Moss, incluso Kristen Stewart suda más pasión que los personajes principales.
Lo que es la película, no es precisamente lo que encontramos en las palabras de On the Road, una es sobre cierta locura, la otra acerca de una necesidad salvaje de liberarse de las ataduras. Pero Salles hizo un filme con más sabiduría de lo que se podría esperar, no intentó superar el imposible reto de tratar de filmar el libro, sino que muestra en el espacio de dos horas de qué trata la novela y, como introducción, lo hace bastante bien.
Publicado originalmente en F.I.L.M.E Magazine
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