The Band gozaba del reconocimiento, pero era más un grupo para músicos, quienes disfrutaban ese sonido contemporáneo y antiguo, que no era realmente rock, country o blues sino todos al mismo tiempo y capaz de reflejar la historia de Estados Unidos aún siendo canadienses, una serie de contradicciones que Martin Scorsese evidenció a través de su visión de The Last Waltz, capturando todos esos aspectos, incluso el de ser una agrupación que optó por el sencillo nombre de The Band, que la hacía la banda de todos en el estudio de grabación, pero que era reconocida como una de las mejores en vivo.
The Last Waltz recoge de la misma forma el cansancio y la euforia de la actuación, observamos a músicos que han estado sobre escenarios parecidos por demasiados años, pero en vez de someternos al hastío, Scorsese nos lleva a un lugar privilegiado sobre el escenario, donde todos tocan para sus compañeros y no precisamente para los asistentes al concierto, ni siquiera para la futura audiencia del documental. Estamos en el centro de una gran fiesta, de la que somos sustraídos por momentos para entender como son 16 años en el camino, razones por las que The Band abandona ese estilo de vida que incluyó tocar en bares de Arkansas, respaldar a Bob Dylan en los tiempos en que se le consideraba un Judas al volverse eléctrico gracias a The Band, escribir su propio material y al mismo tiempo colaborar con todos los interpretes más importantes de las décadas de los 60 y 70.
El concierto que concluyó a las 2:30 a.m. del Día de Acción de Gracias de 1976, fue concebido como un "happening" en compañía de los fanáticos, que asistieron a The Last Waltz a compartir la cena con el grupo en el Winterland Ballroom en San Francisco, para luego bailar el vals a mitad de la noche. La otra mitad, por supuesto, fue completada por The Band en su última presentación después de 16 años en el camino, aunque resultó ser mucho más que eso, con el paso del tiempo se convirtió en el documental de rock con el cual se miden todos los demás.
La película es una amalgama de gran música, no sólo de The Band, también en colaboración con Bob Dylan, Dr. John, Eric Clapton, Joni Mitchell, Muddy Waters, Neil Young, The Staples Singers y Van Morrison, la ubicación de las cámaras nos lleva cerca de cada interpretación como nunca antes se había realizado, expresando las fervientes raíces eróticas del rock, donde todo es intenso, primitivo como una bestia, realizando transiciones entre sus propias vertientes sin daño o prejuicio.
Sin embargo la razón de ser de la película es ambigua como los géneros que se cruzan a lo largo del concierto, pero logra traspasar la identidad de conjunto y el anonimato de los individuos que lo integran, The Last Waltz crece al presentar a los músicos como entes separados, de esa forma los primeros días de The Band se exhiben en toda su precaria gloria, con el organista Garth Hudson exigiendo $10 dólares a la semana como pago por lecciones de música, ya que su entrenamiento clásico le hacía sentir vergüenza ante su familia por estar en una banda de rock.
Los pequeños detalles y revelaciones pueden ser poco trascendentes, pero tienen la función de amplificar la historia y colocar el escenario para el mismo concierto. Las entrevistas agregan textura al anonimato que se veía incluso en las portadas de los discos de The Band, eco de permanecer mucho tiempo a la sombra de otros músicos sumamente importantes, Scorsese intenta iluminarlos aunque sea su último concierto.
El documental que creó Martin Scorsese no sólo se convirtió en la última presentación del legendario grupo, es también una de las actuaciones más espectaculares que se han capturado de una banda, con grandes interpretes de una generación que forjó y creció con el rock and roll. Como The Band, lucen como sobrevivientes de muchas batallas y cambios en el género, tal vez no aproximándose al fin, pero muy cerca de una década con un espíritu completamente diferente.
Posiblemente el proyecto inicial de The Last Walts prometía poco, pero es una evidencia de que Scorsese tenía una mente mucho más ambiciosa como para establecer varias reglas de oro en materia de documentales de conciertos, logrando que la rígida posición del espectador desde la distancia se convirtiera en una experiencia más cercana, filmando en un estudio de sonido por las cámaras que se balancean y giran con la música, infundiendo la interacción de una banda de rock con más alegría y el lirismo que cualquier otra película de rock jamás haya tenido hasta esa época.
La decisión de Scorsese de acercar más las cámaras a los rostros de los músicos en vez de a sus instrumentos brinda un inesperado examen de las emociones físicas que se convierten en parte integral de la actuación, mantiene constante el trabajo de cámara, nunca recurre a la edición llamativa y no cae en la tendencia y la velocidad impuesta por la estética del videoclip que empezaba a verse en aquella época. Incluso propone otra visión, aunque la música es lo que se documenta en The Last Waltz, el momento trasciende al iniciar por el final y concentrarse en capturar los matices de la actuación con una elegancia libre de prisas.
Con The Last Waltz como punto de partida para una nueva aproximación a la música en vivo, las películas de conciertos fueron más convincentes para los músicos y cineastas por igual, convirtiendo 117 minutos en un canon de inspiración para la siguiente generación, que vio The Last Waltz tal y como Robertson lo indica: el "principio del principio del fin del principio."
Level 11 por Karina Cabrera se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-No Derivadas 3.0 Unported.
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