¿Cómo caer en la musicofilia, la incomodidad y dolor sonoro al mismo tiempo? Songs Of War: Music As A Weapon verdaderamente lo logra y en tan sólo una hora.
El documental verdaderamente logra llevarte a esos planos, en los que piensas que la música exalta el alma como una especie de lenguaje universal, pero el filme más que nada intenta mostrar como las mismas notas pueden utilizarse como una insidiosa arma para torturar y quebrar mentes.
El principal protagonista de Songs Of War es Christopher Cerf, que durante 40 años ha sido el principal compositor de las canciones de Plaza Sésamo, como músico y creador de canciones divertidas y entretenidas que buscan educar, se muestra indignado y conmocionado al descubrir que su cortes han sido utilizados para torturar prisioneros en las bases de Guantánamo y Abu Ghraib.
Sorprendido por el abuso de su trabajo, Cerf inicia una búsqueda para descubrir como puede utilizarse la música como arma. En el trayecto Cerf habla con soldados, psicoanalistas, prisioneros de Guantánamo y expertos en tortura para descubrir de que forma la milicia ha utilizado la música como una potente arma desde hace cientos de años.
En otro momento nos lleva al punto ambivalente del grupo Drowning Pool, que ha sido utilizado para torturar, pero su metal de intensidad se ha convertido también en el soundtrack no oficial de múltiples soldados en zonas de combate. Euforia y tortura en un mismo punto.
Las platicas de Cerf nos permiten entender las modificaciones que se le han hecho al arma para hacerla más eficaz tanto como un poderos estimulante como una aturdidora explosión que no deja evidencias físicas de tortura, pero que tiene desastrosas consecuencias mentales.
La música y la violencia auditiva se mezclan en Songs Of War, Metallica, Johnny Cash y las canciones de Plaza Sésamo se convierten en los sonidos que llevan al aliado al frenesí o desmoralizan al enemigo bajo intensos tratamientos de más de 12 horas, pero la idea de tortura no es lo único que empieza a incomodarte, la película astutamente se convierte un una serie de disonancias, constantes gruñidos y una fuerza de ruido blanco que ejemplifican en dosis sumamente breves de que se está hablando.
El director Tristan Chytroschek no se conforma con lo visual, someter a Christopher Cerf a una recreación más amable de la tortura o las ideas dispersas en tu imaginación, recrea cada sonido para que dentro de esa breve incomodidad sonora comprendas la extraordinaria y escalofriante armonía que existe entre música y violencia psicológica.
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