Kurt Vonnegut y Dandy Warhols

El pop y la profundidad no son excluyentes, el cuarto álbum de Dandy Warhols, Welcome to the Monkey House, lo demuestra. Primero desde el tributo de Ron English a Andy Warhol y sus dos diseños de portadas más famosos, The Velvet Underground y Rolling Stones, después a través de letras que responden a la antología de Kurt Vonnegut.

El álbum es un rechazo a la flojera provocada por las aspiraciones convencionales, plagado con referencias literarias burlonas.

Es un buen título para un disco, la frase Welcome to the Monkey House que engloba la antología de historias cortas de Vonnegut, encaja exactamente en un proceso confuso, tan extraño como todos los pasajes descritos por el escritor en el cuento publicado en Playboy,


Durante años busqué el libro, finalmente lo encontré y lo confirmo, las canciones Scientist y I Am Sound definitivamente se conectan de alguna forma con el inicio del cuento Welcome To The Monkey House. Distopía, ciencia ficción, una crítica política y social.

Pete Crocker, el sheriff del condado de Barnstable, entró en el Salón Federal de Suicidios Éticos de Hyannis una tar­de de mayo, y les dijo a las dos Azafatas que no se alarma­ran, pero que un famoso cabezahueca llamado Billy el Poeta se dirigía, al parecer, hacia aquella región. Un cabezahueca era una persona que se negaba a to­mar sus píldoras de control de la natalidad ético tres veces al día. La pena prevista por la ley para ese delito era de diez años de prisión y diez mil dólares de multa. Esto ocurría en una época en que la población de la Tierra era de diecisiete mil millones de seres humanos. De­masiados mamíferos de gran tamaño para un planeta tan pequeño. La gente estaba virtualmente pegada como dru­pas.

Las drupas son los pequeños nudos pulposos que com­ponen la parte exterior de una frambuesa. De modo que el Gobierno Mundial estaba dirigiendo un ataque bifrontal contra el exceso de población. Un frente consistía en estimular el suicidio ético, al que se accedía di­rigiéndose al Salón de Suicidios más próximo y pidiéndole a la Azafata que le matara a uno sin dolor mientras per­manecía tumbado en una Barcalounger. El otro frente era el control de la natalidad obligatorio.

El sheriff contó a las Azafatas, que eran guapas y muy inteligentes, que las carreteras estaban bloqueadas y que se llevaban a cabo registros casa por casa para capturar a Billy el Poeta. La principal dificultad estribaba en que la policía no sabía qué aspecto tenía el tal Billy. Las escasas personas que le habían visto y le conocían eran mujeres, y se contradecían de un modo increíble acerca de su estatu­ra, del color de su pelo, de su voz, de su peso y del color de su piel.

-No necesito recordarles, muchachas -continuó el sheriff-, que un cabezahueca es muy sensible de cintura para abajo. Si Billy el Poeta se presenta aquí y empieza a armar problemas, un rodillazo en el lugar apropiado hará maravillas.

Se estaba refiriendo al hecho que las píldoras de con­trol de la natalidad ético, la única forma legal de control de la natalidad, insensibilizaban a las personas de la cintura para abajo.

La mayoría de los hombres decían que sus partes infe­riores resultaban, al tacto, como hierro frío o madera mojada. La mayoría de las mujeres decían que sus partes inferiores resultaban al tacto como algodón húmedo o cerveza rancia. Las píldoras eran tan eficaces que podían vendarse los ojos a un hombre que hubiera tomado una, pedirle que recita­ra la Proclama de Gettysburg, y propinarle una patada en los testículos mientras lo estaba haciendo, sin que se pasa­ra por alto una sola sílaba.

Las píldoras eran éticas porque no afectaban a la capa­cidad reproductora de una persona, lo cual hubiese sido antinatural e inmoral. Lo único que hacían las píldoras era suprimir de un modo radical todo el placer del acto sexual.

Así se daban la mano la ciencia y la moral.

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