Me vendieron Fiesta

Aunque los preparativos para esa fecha iniciaron tres días antes, el espíritu de fiesta embrutecedora no me llegó ni cuando el fallido pastel de limón salió del horno convertido en un masacote que sigo intentando despegar del molde y que apachurró mi fracasado lado repostero, obligándome a comer omelettes dos días para hacer algo con tantas claras de huevo sobrantes.

La forma alegre y amable de la época hizo un intento por alcanzarme ayer en la mañana, cuando subí al transporte colectivo y cada pasajero dijo “buenos días y feliz navidad”, prueba de que el acostumbrado ajetreo e indiferencia se podían quedar en la parada, esperando en la sombra de las posibilidades futuras, que a pesar del pesimismo en estos días te hace sentir que esa ventana realmente puede traer cosas positivas. Sin embargo, ahí no fue donde me alcanzó la fiesta, el estruendo del ánimo me llegó hasta que me subí al metro en la estación Cuatro Caminos.


En ese vagón de fríos asientos plateados me asaltó la fiesta en forma de bocinas ambulantes que vendían ánimo comprimido en mp3 a sólo 10 pesos. Esperaba al vendedor de chicles o pastillas, pero en su lugar llegó el escuadrón de la música, que daba su última vuelta (según escuché) promoviendo ruido para cada momento de la noche futura.

Era ruido, puro ruido grave distorsionado con toques de música de fondo. El primero en asaltarme con bajos fue el representante de los tradicionales villancicos, que para mi alegría no traía nada de las Ardillitas; después llegó el promotor de la cena de caché que me dejó caer encima el estruendo de Vivaldi, afortunadamente sólo me torturó con una estación y no con las cuatro completas.

Al transbordar de la línea azul a la verde pensé en aislarme en mi burbuja portátil y superar en decibeles el ruido del metro y los vendedores de fiesta, pero en la estación Hidalgo apareció el joven especializado en sonorización ambulante que me hizo alejarme de los audífonos. Parecía un tipo con experiencia o al menos esa impresión me dio su sequito, que esperó fascinado su actuación después de ver los artilugios que acompañaban su mochila.

Al igual que yo, notaron que las cuatro bocinas amarradas a la espalda llevaban implementos florescentes, “son supresores de ruido, así las gentes (sic) no creen que les vendes discos chafas”. La curiosidad por el sonido brillante inmediatamente llamó mi atención, abrí los ojos tanto como mis oídos y esperé pacientemente (con media oreja tapada vibrando inclementemente) a que terminara el turno de “los monstruos del rock and roll” y las “50 canciones de rock en tu idioma” para verificar la promesa de los supresores de cosas chafas.


Y llegó el momento. Los demás vendedores abrieron paso, el especialista se movió un paso hacia el centro del vagón, se irguió, abrió las piernas para dejarse llevar por el vaivén del metro, colocó su índice en el oído derecho y gritó con voz medio gangosa: “llévese cuatro décadas de salsa, (aquí puso nombres que no recuerdo), 40 años de los mejores”. Mantuvimos la respiración mientras daba play al discman y entonces apareció una increíble claridad bailable a un volúmen muy muy alto. ¡Nada de ruido que lastimara! cumplió su promesa y logró vender fiesta al menos a tres pasajeros.


Mientras yo decía “órale, quiero unos de esos”, mis piecitos se movieron sin disimulo, la fiesta empezó a alcanzarme, me estaba animando al baile (aunque usted no lo crea) hasta que apareció el siguiente segmento que prometía la noche. El especialista del sonido ambulante se marchó a otro vagón (con su séquito detrás) y dejó espacio al promotor de las cumbias, “lo mejor del techno”, “el rock de a de verás, el rock urbano” y “baladas para toda ocasión”, para cuando llegué a la estación Coyoacán empezaba el acto de “grandes éxitos de José José” y ya estaban otros vendedores en fila.

Por la forma en que fluyó el recorrido musical, todo me hace suponer que si hubiera llegado hasta Universidad habría escuchado más baladas y el Mariachi Loco... sin embargo mi fiesta de una hora no alcanzó ese nivel de ruido. Algo quedó, mi tímpano vibrando en agudos y desapareció la nube negra que me ronda últimamente.

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