Bienvenido al país de los flautistas

Chorro mil palabras por segundo, habla y habla con un tono agudo que lastima los deteriorados oídos de los adultos, que extrañamente no perciben nada más que el zumbido elevado en agudos de mi parlanchín sobrino, que a lo largo de la tarde y entre mordidas de chicharrón me comenta que ya sabe tocar la flauta, que ya se sabe tres canciones y que le gusta la música, la verdad no fui capaz de matar su entusiasmo y decirle “bienvenido al país de los flautistas, sucursal de los famosos de Hamelín”.

Algún músico que no recuerdo en alguna entrevista en una estación de radio que si recuerdo, comentó la razón por la que en México la llamada clase de música sólo abarca los misterios del cuaderno pautado y la flauta. Él decía que se trataba de la economía general del país, además de ser un instrumento que no hace más jorobados a los estudiantes. La barata flauta Yamaha (o cualquiera de sus símiles) no cuesta mucho, es fácil de transportar (por lo que no hace mas bulto en las mochilas de varios kilos) y, yo podría agregar, es tan poco atractiva que mata tus sueños de ser rock star, la neta no creo que nadie haya hecho flautita de aire…

Las tres canciones que aprendió mi sobrino se cruzaron (sin asomo de comparación) con la repetición de la repetición de la repetición de la presentación de Radiohead en la entrega de los Grammy, donde la enseñanza de la música se dejó ver de mano de la banda de guerra de los Troyanos de la Universidad del Sur de California, percusiones y repercusiones en 15 Step, resonancias de esa película dominguera llamada Drumline, las clases de flauta de mi sobrino y mi torpeza con cualquier instrumento… tal vez sea hora de desempolvar la guitarra y abandonar el país de los flautistas.

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