Stop Making Sense


La unión de imágenes con música en cierto momento fue todo para Talking Heads, Stop Making Sense fue uno de los momentos más altos de esa mezcla entre visión y energía. La película está llena de cambios y ángulos que fueron planeados para brindar un acercamiento privilegiado al escenario, no es realmente un documental de un concierto, es una película en la que un concierto se desarrolla, enmarcando su objetivo con eficacia, presentando a la banda con vigor, pasión y, sobre todo, dirigiendo la mirada al principal ejecutante, David Byrne.

De ahí surge el impacto de Stop Making Sense, es una poderosa experiencia musical que no requiere escenas detrás del escenario o entrevistas inútiles para satisfacer el ego de los integrantes del grupo, solo es un concierto de principio a fin sin interrupciones falsas. El objetivo es sacudir al espectador desde la experiencia misma de la música y de quien la interpreta.

Al entender que el objetivo es construir energía alrededor de una banda, queda claro que la única forma en que eso pueda ocurrir en el marco de Stop Making Sense es iniciar con un escenario desnudo que hace visible todos los cables y equipo que comúnmente están ocultos para el espectador. Para darnos esa sensación de que el concierto inicia desde cero, David Byrne entra al escenario con nada más que una guitarra acústica y una grabadora, nos dice que le gustaría tocar una canción. Inicia Psycho Killer y una extraña danza llena de convulsiones que paraliza la existencia de todo el escenario. Se establece desde el principio que la música será la vanguardia de la película.

A partir de ese momento vemos como el equipo de Talking Heads y sus integrantes empiezan a aparecer, cada pieza del equipo es puesta en su lugar ante nuestros ojos. La integración del espectáculo no se produce de una manera reveladora, los detalles armándose ante nuestros ojos solo tienen una estética funcional. Para el momento en que cae el negro telón de fondo, estamos inmersos en las ironías y la autoconciencia, simplemente estamos viendo la creación paso a paso de una actuación que, dentro de la película, une de forma íntima el componente visual con la música, cada canción tiene un aspecto y un sonido.

El diseño influenciado por el teatro Kabuki y su intención de crear la ilusión de invisibilidad ante un fondo negro, en Stop Making Sense se convierte en la traducción perfecta, con los músicos apareciendo en el escenario como un componente visual que apenas se distingue por su ropa gris, pero que suelen saltar ante nuestra vista por su vitalidad.

Aunque Stop Making Sense se desarrolla alrededor de todo el grupo, en muchas ocasiones parece una comedia silente musicalizada en vivo por Talking Heads y protagonizada por su vocalista. La banda inusualmente se adapta perfectamente a esa perspectiva para permitir que en el transcurso de las canciones Byrne haga referencias a coreografías de Fred Astaire y utilice su cuerpo como una herramienta que complementa sus objetivos visuales, de ahí surgen movimientos extraños entre piernas de gelatina y torso rígido, movimientos alrededor de una lámpara que baila con Byrne y el icónico traje gris extra grande, donde el hombre está fuera de lugar en su propio cuerpo. Su cabeza no solo parece reducida, se muestra extraña, desapegada y a punto de perderse en el resto de su organismo.

La apariencia, la confianza, el entusiasmo y el control total de la actuación se irradia desde el escenario, atrae indudablemente al espectador hacia cada componente de Talking Heads, que en su capacidad para proyectar su presencia logran que Stop Making Sense sea tan memorable como los erráticos gestos y movimientos de David Byrne sobre el escenario, que frecuentemente lo hacen lucir como una cabeza desarticulada del resto del cuerpo.

La magia de Stop Making Sense es la continuidad, las únicas interrupciones en el concierto son aquellas establecidas en el mismo espectáculo. La perspectiva no es de un espectador que interactúa (la regla de la mayoría de las películas de conciertos), crece sin una narración, pero el conjunto evoluciona durante el espectáculo. Contiene varios ejemplos de innovación, incluso en relación con la edad de la película, ofrece yuxtaposiciones de las coreografías y diferentes perspectivas del escenario para lograr una idea completa de la energía que se necesita para detener lo racional.

Para obtener las diferentes perspectivas, la película fue realizada durante tres días en tres conciertos en el Teatro Pantages en Hollywood a finales de 1983, cuando el grupo realizaba la gira promocional del disco Speaking in Tongues. Demme filmó cada concierto desde una perspectiva: uno del lado izquierdo, otro del lado derecho y el último sirvió para conseguir planos generales, de esa manera el director y su director de fotografía Jordan Cronenweth (Blade Runner) fueron capaces de mantenerse al margen de las trayectorias de los músicos en las largas rutinas de baile. De esa manera no solo lograron una increíble riqueza de imágenes a elegir, que cubría todo el espectáculo desde unos 20 ángulos, lograron ensamblar Stop Making Sense con una libertad que no toda película de concierto ha podido tener. La edición final, con muy pocos errores de continuidad, hace que surja en la pantalla un verdadero manifiesto visual del gusto y la sensibilidad del director Jonathan Demme y Talking Heads.

El filme no trata de capturar lo inmediato o la energía del acto en vivo, pero dada la naturaleza de David Byrne, el resto de Talking Heads y los músicos y vocalistas de apoyo, de la pantalla inevitablemente surge una presentación en la que la perspectiva nos pone a mayor distancia que la audiencia real, pero nos sumerge de forma muy cercana en un escenario del que emana la esencia de la música.

En un enfoque suave que brinda un aura de bruma constante sobre Stop Making Sense, el filme parece un sueño del cual despertamos hasta que Demme permite que la audiencia aparezca al final de la película. Los aplausos que durante todo el concierto habían sido empujados hasta el fondo de la mezcla de audio, finalmente nos llevan al recinto, pero no desaparece la sensación de haber presenciado algo muy íntimo, como si uno hubiera establecido una plática entre uno y la banda.

El mensaje entre ambos es muy claro: lo que celebra Stop Making Sense no es un sonido o una banda específica, sino la respuesta que la música potencialmente puede conjurar. La emoción subjetiva del espectador es la que hace que todo aquello que no tiene sentido adquiera un valor, en este caso uno sumamente divertido.




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