Dice estar severamente enfermo, en realidad es un zombi. Cada día se arrastra al trabajo tan sólo para matar otro día en la eternidad. Cada noche inicia una meticulosa rutina de aseo para poder estar otro día lejos de los olores de la mortalidad. Después de un tiempo, estar muerto no sirve de mucho cuando la piel es comida por los gusanos, los tejidos blandos empiezan a exponer su putrefacción y un colapso te lleva a la morgue, sobre todo cuando el camino no termina ahí.
Ya ha sido suficiente, Alberto lo sabe. Está lleno de costras, está demasiado muerto para continuar su trabajo como guardia de un gimnasio, una verdadera ironía que se mantenga trabajando sin necesitar comer, observando como otros construyen un cuerpo mientras que él, perforado por abrasiones grotescas, se revela minuciosamente en este peculiar monstruosidad de México.
Halley virtualmente es una película de zombies, pero no sigue el estándar, no está cerca del White Zombie (1932) de los hermanos Victor y Edward Halperin, tampoco se parece al apocalipsis de George A. Romero, la muerte contagiosa de las franquicias Resident Evil y The Walking Dead, la búsqueda del absurdo de Simon Pegg en Shaun of the Dead o la velocidad implacable de la adaptación cinematográfica de World War Z, en realidad es un filme de zombis sin la aversión que acompaña a ésta figura en la fantasía, el horror y la ficción.
La decadencia física y la enfermedad mortal podrían encajar en cualquiera de esos géneros, sin embargo la perversidad de la conciencia y la interacción diaria en un mundo de vivos, colocan la ópera prima de Sebastian Hoffman en una zona indefinible por la carga de fijaciones de un hombre en sus días como muerto. Siendo un zombi mexicano de edad media, Alberto parece ser alguien que se descubrió muerto un día y optó por continuar sin cambios en su rutina, es un zombi en la vida real, pero en contraste Beto no quiere hablar y desde luego no le interesa la interacción, prefiere la repetición interminable que ahora incluye retirar de su cuerpo gusanos, despegar la tela de la piel llena de yagas, disolver coágulos y unir algunas partes de su cuerpo con tela adhesiva.
La variante para el zombi la establece el fin de una rutina, su condición lo obliga a retirarse del trabajo. En su último día tiene que enfrentar su insana mortalidad al compartir una cena con su jefa, Chivis, pero mientras ella come tacos que él no puede deglutir, bebe tragos que él no puede disfrutar y baila sin poder estar cerca de ella, lo único que le queda a Alberto es tratar de imaginar lo que pudo ser, sin embargo la putrefacción de su cuerpo únicamente lo lleva de la masturbación a la castración, ninguna tela adhesiva puede solucionar eso.
A diferencia del típico filme de zombis, el director Sebastian Hofman trata la extraña y perturbadora condición de Beto con respeto, poco vemos de su cuerpo, los cambios los percibimos a través del sonido de las pinzas de metal trabajando laboriosamente y un zumbido acompañado por la visión fuera de foco que nos indica la distancia creciente entre Alberto y los fisiculturistas del gimnasio. Estéticamente, Hofmann deja que las infecciones, la sangre y los fragmentos de piel sean más frecuentes, cada nueva exploración en la película es acompañada por molestias tonales: sonidos metálicos, zumbidos de insectos y personas gruñendo que dan sentido a lo grotesco.
Por momentos la conjunción del ruido y lo que nos vemos es lo que brinda a Halley un aura sombría, relativamente moderada al crear un retrato de un zombi en descomposición durante 84 minutos, pero es el aburrimiento y el cansancio de Alberto lo que provoca más reflexiones sobre su personalidad con incomodidades sonoras que suplen la posible repulsión visual.
Hofman nunca explota la creciente descomposición física del personaje extraordinariamente caracterizado por el actor Alberto Trujillo, en cambio deja que crezca el aislamiento y la soledad individual como una lucha por mantener unidos no sólo los momentos, sino también los trozos de un cuerpo de extrema decadencia. Un filme así, de horror drama con sus momentos de comedia y sueños sobre la eternidad, sólo podía terminar de una manera igual de inverosímil, algunos dirían que surrealista, con un panorama helado a bordo de un barco, parece que Alberto decidió llevar la inmortalidad a un lugar donde la preservación corporal es más sencilla.
Halley
Director: Sebastian Hofmann
Mexico. 2012.
84 minutos
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