Hay algo entre Gepe, El Guincho, Devendra Banhart y Panda Bear que significa vacaciones mentales, al menos por la vía sonora. Es música de las ideas que van más allá de la nota y el tono, que te ubican inmediatamente en el desprendimiento tropical.
En el caso de Roberto Carlos Lange y su proyecto Helado Negro esa idea tiene un giro vía sus orígenes ecuatorianos, los años de desarrollo en el sur de Florida, sus fiestas los fines de semana bailando conga y merengue, además de un gusto por la mezcolanza de sampleos y ritmos para crear una atmósfera relajada, pero con cierta inclinación hacia la rareza que alguna vez ya sugirió Angelo Badalamenti al lado de David Lynch. A veces es extraño, otras incomprensible, en ocasiones simplemente parece una noche de verano.
Si en lo individual es un artista que marca las sílabas y crea canciones a partir de letras digitadas en máquinas de escribir, con Lange todo parece una yuxtaposición y una extensión de aquel experimento que realizó recientemente en el Colegio de Arte y Diseño Savannah. Su Brain Finger Composition sigue jalando los hilos a orquestas electrónicas, creando sonidos tan aparentemente azarosos como los de su serie de esculturas kinéticas reactivas a lo sonoro creadas con el artista David Ellis.
En Awe Owe (2009), Pasajero (2010), Canta Lechuza (2011), Lechuzita (2011), Dormido en la Silla (2012) e Island Universe Story One (2012), Helado Negro aparecía como un acto experimental, como una serie de sonidos híbridos que se fueron puliendo para llegar hasta el 2013 y el material Invisible Life, que de nueva cuenta es un pastiche de géneros, pero ésta vez con un spanglish pegajoso que hace la conexión entre los diferentes puntos geográficos en la mente de Roberto Carlos Lange, repleta de sitios eternamente de vacaciones.
Ya dentro del sonido y lo capturado con grabadoras de mano, Lange está claramente en el estado de ánimo de experimentar, los instrumentos que estuvieron al frente en los últimos 40 años pasan a segundo plano mientras él juega con equipos electrónicos, en algunos casos las piezas son meros distractores. No toda la experimentación es tan invasiva, al menos no en Invisible Life. Si en sus anteriores materiales trató de canalizar todo lo que lo rodeaba, en su nuevo disco envuelve todo lo que no estuvo a simple vista y lo utiliza para permear su música, ya muy lejos del bosque e insertado en lo urbano y con fantasmas que bailan solos.
La vida invisible de Helado Negro sigue teniendo la constante de la incansable humedad de la memoria, las impresiones y los pensamientos, la música rebota entre el artista y el que escucha, convierte la síntesis y el sampleo en una aventura amorosa refinada por su voz y la contribución de Jon Philpot (Bear in Heaven), Jan St. Werner (Mouse on Mars) y Devendra Barnhart, que agregan más colores a los experimentos que se amontonaron como ruido en los anteriores discos de Helado Negro.
Tal como lo hizo en el proyecto Norte Sonoro, en Invisble Life logra visitar lugares desconocidos sin haberse preparado para el viaje, utiliza voces para enfatizar texturas, balance e ideas extra-sensoriales, no hay nada en orden entre las ideas que sugieren distancia y la ironía de lo cercano dentro de una ciudad, en última instancia los millones de almas cuentan historias diferentes que pasan desapercibidas y Helado Negro sólo da forma a esas anécdotas, posteriormente se unirán a otras instalaciones de arte, animaciones, filmes y orquestas de hilos siendo tirados a cierta distancia de la vida, para evitar sumergirse en el torbellino de las cosas.
Publicado originalmente en Filter México
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