Beware of Mr. Baker



Gran músico, deficiente hombre de familia, difícil amigo, peor compañero de grupo, un excelente sujeto para un documental. Más allá de la broma de “el eterno problema con el baterista”, que por muchas razones se convierte en un referente de This Spinal Tap y se transfiere a diversos documentales, entre ellos PJ20, en Beware of Mr. Baker se convierte en todo un análisis. Podríamos resumirlo a las palabras del vocalista de Sex Pistols, quien explica en dos ocasiones en el documental porque la genialidad y el virtuosismo son acompañados algunas veces de las peores manifestaciones del carácter.

En el caso de Ginger Baker la personalidad que amedrentó incluso a Dios (Eric Clapton) y el ritmo parecen partir de un sólo punto: los bombardeos a Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial. Como el baterista lo dice, desde el momento en el que escuchaba esos “plop, plop, plop” seguidos de un silbido y un estremecimiento en la tierra, tuvo pasión por el desastre.

El letrero colocado afuera de su casa, indicando que debes tener cuidado con el señor Baker, no es precisamente una broma, el anteriormente pelirrojo baterista sabe que ladra, muerde y no deja de hacer ambas cosas a lo largo del documental, tampoco es gratuito que Beware of Mr. Baker inicie y concluya con el director del filme con la nariz fracturada por el bastón de Ginger.

Como afirma en diversas ocasiones, su música “no puede ser clasificada en cajas”, sin embargo Beware of Mr. Baker no es de ninguna forma una discusión crítica sobre sus aportaciones a Cream, Blind Faith o la música en general, es más una accidentada biografía sobre un adolescente que robaba en tiendas de discos, tan adicto a la heroína como a la práctica del polo que eventualmente se establece en Sudáfrica, donde la cámara de Jay Bulger lo captura con artritis, abrasivo y aislado del éxito que gozan sus contemporáneos, que en la seguridad de la distancia aseguran tenerle cierto cariño.

A través de Beware of Mr. Baker observamos a quien posiblemente es el mejor baterista de la historia del rock and roll, uno que afirma que el heavy metal debió ser abortado un segundo después de escuchar a Lars Ulrich explicando la aportaciones de Ginger al avasallador sonido de ese género. También es la misma persona que prefiere mostrar el dedo medio a derramar una lágrima y que persiguió toda su vida el sonido de las percusiones africanas para ser reconocido dentro del jazz.

Ambos aspectos en éste caso son inevitables, no se pueden tratar por separado, la personalidad influye en el ritmo y el ritmo influye en la persona de Ginger Baker, por ese mismo camino nos encontramos con el músico varias veces en bancarrota, quejándose por las regalías que no recibe por las canciones Sunshine of Your Love y White Room de Cream, participando en diversos proyectos que no duran más allá de un disco, viendo su enloquecida mirada durante la década de los 70 producto de su afición por la heroína mezclada con cocaína y LSD, que es comparable con su amor por los caballos y su capacidad para no quedarse y moverse si mirar atrás.

Nos encontramos con los hijos, las cuatro ex esposas, antiguos compañeros, nos sumergimos en las legendarias batallas de batería (Ginger Vs. Art Blakey y muchos otros genios del instrumento) y hasta escuchamos al veterinario que cuida a sus caballos, todo para entender lo que el director Jay Bulger sintió tan atractivo: ver a Ginger Baker y averiguar lo que sucede cuando se vive bajo sus propias reglas, sin compromiso artístico, espiritual y social.

A diferencia de otros documentales, Bulger nunca logra su objetivo de conmovernos con la historia de Baker, lo intenta, pero el mismo baterista se lo impide. Siempre que el director intenta profundizar, dar un significado a su comportamiento es derribado por el músico. Baker se mantiene siempre dentro de una personalidad tóxica, cada vez que el documental intenta dar una vuelta para seguir un camino digerible, Baker lo destroza y con notable gusto.


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