I don‘t wanna leave this heaven so soon

La voz es tan áspera que duele en su indiferencia en el escenario, no te extraña que desde el público entre las peticiones de canciones surja del anonimato la propuesta "una sonrisita por favor".

Mark Lanegan, tan sobrio como su vestimenta, tan inexpresivo como la toalla negra que seca el sudor, tan simple como el escenario y los juegos de luces, pero tan doloroso como su voz y sus letras.

Lo vimos con su banda, con muy poca comunicación pero con una serie de expresiones sonoras que van desde el stoner blues, el blues llano y depresivo hasta el stoner blues bailable (posiblemente no existe esa clasificación) y dos recuerdos del pasado (uno propio y otro prestado), nos deleitó con esa voz rasposa que habla sobre hundirse en arenas movedizas, ponerse de rodillas por alguien sin temer al dolor, tomar calles que inesperadamente son de un sólo sentido, liberar a alguien, descubrir que la punta de los dedos se transforma en cenizas, el diablo ascendiendo, descubrir el paraíso, encontrar tu taza vacía y la esperanza de no dejar el cielo.


Según dicen mis encuestas del día posterior, la mayoría llegó a ese concierto en El Plaza con total desconocimiento, llevados por los boletos gratis, las entradas de Jueves de 2x1 o la oferta de 50% de descuento si presentabas tu credencial de estudiante en la taquilla, posiblemente la mayoría se aburrió con el exceso de dolor vocal y no captaron la esencia de Mark Lanegan Band, que es sobre lo sombrío sin adornos que te distraen, el espectáculo son las palabras, el guitarrista que sorprende y, por supuesto, la voz que parece se extinguirá con cada palabra o cada tick en la cara de quien la posee.

Sin embargo, mis encuestas también dicen que unos pocos (poquititos) descubrieron que valió la pena invertir una noche de lunes a la ausencia de sonrisas y mucha crudeza en el oído, al menos conozco uno que finalmente me hará caso cuando le diga: "escucha a Mark Lanegan".



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