1.5 km

Diciembre de 2007, esa fue la última vez que corrí. No recuerdo el día exacto, pero si recuerdo el tamaño del Golden Retriever y la cara de su estúpido dueño que convirtieron los siguientes tres años en el constante enlace de pensamientos de ese último momento en que corrí 5 kilómetros bajo la sombra de los Gigantes.

Ya no tiene tanta importancia hablar sobre el dolor, el proceso para aprender a caminar nuevamente o los 10 mil pasos obligatorios por día (que dejé de contar cuando el podómetro se descompuso un millón de pasos después cual producto chino), lo único importante en éste punto es el más reciente hecho que ocurrió sin darme cuenta.

Sin saberlo traspasé el umbral que hace un año parecía un verdadero ruego a los Dioses de las probabilidades y los Santos protectores de las niñas chuecas: trotar, aunque fuera un kilómetro.


No pregunten la velocidad o cuanto me toma llegar a ese momento en que los pies finalmente responden a la exigencia (unos 10 minutos si son tan curiosos), pero no es coincidencia que una vez que pasé el kilómetro y medio trotando con la agradable euforia de la dopamina, el muchacho insistiera en que leyera De Qué Hablo Cuando Hablo de Correr, libro autobiográfico de Haruki Murakami donde explica su proceso para convertirse en escritor y corredor de fondo a los 33 años (las dos cosas al mismo tiempo).

No atendí su sugerencia por mucho tiempo, porque cuando descubres la fórmula del escritor no dejas de verla y te aburre (lo que me pasó después de leer cuatro libros de Murakami al hilo), pero en este caso las primeras 50 páginas me llenaron de inspiración para creer que habrá más de mis pequeños vuelos sin depegar los pies del suelo y que en una de esas volveré al silencio bajo la sombra de mis Gigantes (incluso ya le dediqué un Soma con playlist para correr).

Teniendo como lema de vida la palabra SHARE, es obligatorio compartir un fragmento que resume la añoranza por lo que no ocurría desde diciembre de 2007.

“Mientras corro, simplemente corro. Como norma, corro en medio del vacío. Dicho a la inversa, tal vez cabría afirmar que corro para lograr el vacío. Y también es en el vacío donde se sumergen esos pensamientos esporádicos. Es lógico. Porque en el interior de la mente humana es imposible lograr el vacío absoluto. El espíritu humano no es ni tan fuerte ni tan consistente como para poder albergar el vacío absoluto. Sin embargo, esos pensamientos (o esas ideas) que penetran en mi espíritu mientras corro no son, en definitiva, más que meros accesorios del vacío. No son contenido, son pensamientos generados en torno al eje de la vacuidad... No existe en ninguna parte del mundo real nada tan bello como las fantasías que alberga quien ha perdido la cordura”.

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