Un poco de euforia en vivo


La historia del público de conciertos en México, un asunto que de entrada marca una discusión con una clara diferencia de tiempos, épocas y espacios que podría llevar varias horas, tal vez días.

La verdad es que no importa cuántas anécdotas platiquemos, que evidenciemos la prueba fidedigna de las frecuencias perdidas en el oído o mostremos nuestra cajita llena de boletos, no es lo mismo el recuerdo del hoyo funky y la obligada redada, el sudor escurriendo de sus techos, el caos en el lodo, el extremo orden del Auditorio Nacional o recordar a medias gracias a los boletos de "vista parcial", son épocas sin nivel de comparación.

Lo interesante es la forma en que los organizadores y el público han crecido a lo largo de esas distintas épocas, un concierto ya no es un lugar donde se vive un fenómeno de catarsis al estilo del Rock de la Cárcel (mi papá alguna vez me contó el caos que hubo tan sólo viendo la película), en un lodazal mal orquestado en Querétaro con un suave Rod Stewart o la posibilidad de unos Beatles cancelada por un gobernante sin visión, sino una comunión masiva donde una sola canción puede enchinarte los vellos de todo el cuerpo, tal como debe ser un concierto en cualquier recinto.

Las diferentes eras tienen claras sus diferencias, los organizadores han descubierto la competencia, a veces han creado una guerra en un sólo día de conciertos, han entendido que la variedad a veces es tan necesaria como los actos que garantizan lleno seguro y el público ha descubierto gracias a eso que cada ausencia en un concierto no es el fin del mundo, porque ya existe una visita de vuelta, ya no es una presentación de sólo una noche. Tanta apertura finalmente nos permite soñar con lo que podría ser, que finalmente podríamos ver a ese acto excéntrico en un escenario mexicano.

Aún así nos sorprendemos cuando surge la ola de euforia, la que provoca boletos agotados en minutos y que hace cimbrarse el suelo de cada recinto como si fuéramos los más grandes fanáticos de todo (Kim Deal nos dijo "gracias por invitarnos a su espectáculo"). En ocasiones parece una exageración, todo se convierte en el concierto del año, siendo que eso sólo puede verse de forma personal, depende de tu historia y la música que traes en tu cabeza, subjetivamente yo digo que fue Pixies.

Da la impresión de que hay muchos villamelones entre el público y que a todo se le otorga un sonoro aplauso (ovación y gritos agónicos en muchos casos), tal vez sea así y todo sea maravilloso. Estando entre dos generaciones puedo entenderlo, mi conciertorafía que abarca los días de la carencia y los sueños cumplidos, me obliga a no pensar mucho en eso e inclinarme hacia la sonrisa que provoca la oscuridad y las luces robóticas donde hay magia con una cadencia hipnótica.

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