Permanent Vacation?


Un día de esos que duró dos semanas…

24 HORAS ANTES

- … ¿por compresión?

- Si, radiculopatía

- Y eso significa…

- Que estas jodida…

- Mmmhhh, creo que eso decía en la frente del perro infernal que puso palabras tan elegantes a mi vida.

- Supongo que a las palabras elegantes debes agregarle un increíble, indescriptible e inimaginable dolor.

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Olas, muchas olas, la misma imagen recurrente en las últimas semanas. Una marejada que va y viene hacia mi, lo único que me separa del mar es una reja oxidada y una extraña punzada que viene de algún lugar de la realidad.

La ola repentinamente desaparece y en su lugar cae un telón oscuro, borroso. Poco a poco logro enfocar el techo de la habitación, cada grano de tirol planchado se funde y por un instante veo el futuro, algo me dice que en los siguientes días voy a contemplar más techos.

El techo oscila sobre mí y algo empieza a retorcerse, enroscarse, estirarse; múltiples espasmos y un calambre agudo se mueven por debajo de la piel. Mi pierna izquierda parece incendiarse, cada músculo parece achicharrarse en una contracción.

La cadera no tarda en unirse a la sinfonía de espasmos, calambres y punzadas. Marca su propio ritmo con golpes de martillo y contracciones empujadas en diferentes direcciones. El peor de los escenarios empieza a cobrar vida.
Una, dos, tres, seis pastillas… trago y mezclo píldoras como Matt Dillon en Drugstore Cowboy, por un segundo me siento un Happy Monday aderezando con químicos una canción que incluye las palabras:

Carajo.MalditaSea.Mierda.Fuck

Misteriosamente, el espasmo desaparece o el cerebro pierde la batalla.

Abro los ojos nuevamente, otra vez el techo dèjá vu de las siguientes noches.

Carajo.MalditaSea.Mierda.Fuck

Descubro un nuevo mantra ante una situación que ni Chaplin ni Buster Keaton podrían haber incluido en sus mejores rutinas… con que a eso se referían con ridiculopatía…

Bajarme de la cama, alcanzar el teléfono, ponerme el pantalón, ajustar los tenis todo terreno y toser se vuelven un acto sumamente ridículo, una escena absurda que va cuadro por cuadro y se rebobina cada tres segundos para liberar el mantra.

Carajo.MalditaSea.Mierda.Fuck

Después de emitir algunos alaridos en los teléfonos correctos, sólo resta esperar en la siempre infalible posición fetal mientras intento fumar los 20 cigarrillos de la cajetilla en una sola bocanada. Los 506 aditivos a las vigésima potencia no tienen ningún efecto… sobra decir que tomar otras cuatro pastillas tampoco tiene resultado.

Carajo.MalditaSea.Mierda.Fuck
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Otra vez no entiendo nada, llevo varios minutos viendo zapatos, tenis y uñas pintadas, sólo sé que tiemblo y ansío escuchar mi nombre.

Bajo mi mirada aparecen unos tenis conocidos. De repente mi cara favorita ocupa toda mi visión, el dolor se va, pero descubro que el divino placebo sólo dura unos segundos. La boca y los ojos que me abrazan incondicionalmente se pierden en un vacío, un rictus de dolor e impotencia. Ese debe ser el rostro de un hombre incendiándose de adentro hacia fuera.

Confirmo que el rostro de los que me miran y la forma en que arrugan la frente y unen las cejas es un reflejo de mi lamentable estado.

Carajo.MalditaSea.Mierda.Fuck
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- Así que…

- …

- ¿Qué tiene?

- …

Parece una pregunta sencilla, pero ¿cómo responder cuando una extremidad ha declarado su independencia y empieza a convencer a la cadera que se desprenda del cuerpo?

Vuelven las preguntas y mis balbuceos incoherentes, empiezo a pensar que deberían aplicar el aullómetro para dar un diagnóstico.

… entonces, siente dolor… póngase de pie… levante la pierna… intente dar un salto mortal hacia atrás… desvístase… póngase esto… tal vez con un coctel…

Entonces llega el coctel: diazepam y diclofenaco, una mezcla en altas dosis, pero no son suficientes para alucinar, pero bastante como para dejar de sentir y comprender el caos en la sala de emergencias. Un dulce zambullido al que no tardaré en acostumbrarme.

Inmediatamente me volví fan de los cócteles y sus múltiples horarios. Pero la ansiosa y pacificadora espera de 6-12-17-20-24-3 no llegó sola, fue acompañada por un club de batas (donde es políticamente correcto traer el trasero al aire) y me obligó a pasar por la sala de emergencias, donde presencié la heroica fuga de una chica con collarín, suero en mano, un “váyanse a la chingada” en la boca y nalgas al viento.

El paso al siguiente estado fue un túnel de gusano con luz incandescente, un estridente brillo que me provocó un episodio de migraña mezclada con fármacos y una extraña alucinación donde invocaba a Don Shula. ¿Que hacía pensando en los Dolphins, Browns, Redskins y Colts si mi equipo es San Francisco?, definitivamente se cocía algo extraño en mi mente.

En ese deslumbrante trayecto reviví las múltiples radiografías y tomografías a las que me sometí, suficientes como para adquirir un poder sobrenatural… lamento decir que la única habilidad que desarrolló mi cuerpo fue la de suprimir el dolor y erguirse a petición del radiólogo.

A punto de ser instalada en el segundo piso descubrí en unos solos minutos un nuevo sonido. A mi entrada aparecieron Pulp, Depeche Mode, Strokes, Pixies y las melodías melosas de Aerosmith. Sin embargo esos grupos no tuvieron tanto sentido, al menos no como Groove Armada, que de mano de Superstylin' me hizo sentir en un extraño experimento pavloviano. Me condicionaron.

Cada vez que escuchaba la canción aparecía un tipo para tomar una muestra de sangre, un vampiro con bata blanca que se materializó a mi lado por lo menos en cuatro ocasiones. Desde la segunda ocasión sospeché que detrás de los vidrios esmerilados frente a mi habitación (de donde salían y entraban cirujanos, internos y residentes) se cocinaba moronga o se llevaba a cabo un rito que requería sangre de una mujer paliducha capaz de aullar y blasfemar al mismo tiempo.

Bajo el número 2126 me convertí en una muñeca de trapo en pleno puente de fiestas patrias. Comencé a vivir bajo un nuevo régimen… medí el tiempo en nuevas unidades (aplicando otra vez las enseñanzas de Nick Hornby) regidas por las visitas de la señorita de los cócteles y una nueva dieta al estilo Hollywood a base de suero, fármacos, atole y gelatina.

En el tiempo muerto, mientras esperaba a la Sonic Nurse, me dieron lecciones de creación de pantuflas con cinta adhesiva y gasas, observé que los Crocs son la onda entre los doctores, me enteré de toda la vida del Doctor Flores (con todo y su fijación con Aerosmith), adquirí el morboso hábito de observar las jeringas mientras entraban en mi punzo #20 y descubrí que “la güerita de la hernia” no presentaba un caso interesante para los serios internos.

Después de mirar techos desde camillas, camas y mesas de radiología, observar un restaurante Wings desde la ventana, reconocer por puro oído el rechinar de las llantas del carrito de la comida y el carrito de la enfermera (yeah! ahí vienen los cócteles), recibir pastillas, piquetes al por mayor en ambas nalgas y brazos, y ser canalizada en 10 ocasiones, más dos intentos fallidos (piel dura, venas delgadas, pésima combinación), puedo decir que el perro del infierno que me llevó al hospital ya fue perdonado… no así su estúpido dueño.

De “la recién ingresada” pasé a ser “Karina, ¿sigues aquí?”, la imagen de la eternidad que se volvió sumamente amigable (echémosle la culpa a los fármacos, todos saben que son bastante grinch). Una nueva adquisición del hospital. Me convertí en la rutina de al menos cuatro enfermeras, la ruta turística del camillero Beto, la zona de descanso de la señora de la limpieza y el mismo bicho a observar día tras día por los internos y residentes del hospital.

Durante 12 días presencié la misma presentación:

“Ella es la señora (ouch, porqué usar esa palabra!) Karina Cabrera, ingresó hace (agregué un nuevo número aquí), se le diagnosticó una radiculopatía, se le realizará una disectomía en L5 S1…”

Las mismas nueve caras (a veces más) asintiendo, caras de reconocimiento, ojos decepcionados de no ver nada nuevo. Yo pongo la misma cara cada vez que escucho la frase final día tras día: “Se espera dictamen médico, y que se asigne fecha en quirófano”. Lo único divertido es ver sus caras mientras sonrío abiertamente cuando pienso: Vuelvan mañana, aquí voy a estar toda la semana, prometo tener la misma jeta.

Parece temporada de neurocirugías y el tiempo de espera cada vez empeora, tal vez por eso me tienen suficientemente drogada, no hay forma de que arme una revolución, mucho menos cuando la dietista se empieza a lucir con enchiladas, molletes y hot cakes.

En la espera de la espera de la espera, finalmente comprendí porque algunos se vuelven adictos a los calmantes y que resultados tiene una dieta controlada (que habría servido de algo si me hubieran dejado mover)… sin embargo después de cinco días ya no tienen ningún objetivo, más que sumarse al conteo de unidades de tiempo vacías… temo que no sea ya sólo una disectomía sino también una muerte cerebral lo que tenga.

En el octavo día de encierro voluntario empiezan a aparecer personajes con biblias y misas de tres minutos. Con sus cánticos y oraciones en fast forward me rociaron con agua bendita y me estrecharon múltiples veces la mano. En cuanto veía ese gesto tan peculiar entrar por la puerta de la habitación, que definía cuales eran sus intenciones, quería escapar, sin embargo la mala suerte estaba de mi lado… no se me permitía salir de los límites de la cama. Así que tal vez me sacaron un poco de rock and roll.

Mientras insistían en exorcizarme y descubría que mi cirujano tenía más nombres que Frank Zappa, empecé a acariciar la idea de fugarme… en varios momentos me imaginé corriendo hacia la salida, con suero en mano y trasero en el aire.

Un sueño de fuga excesivamente tentador, sin embargo tengo más miedo al dolor que al aburrimiento, así que tuve que probar mi paciencia (lo siento no sobró para el futuro, no pidan más) y hacer mentalmente la cuenta regresiva hacia el momento en que realizaría un salto mortal hacia la mesa de operación, donde mi columna sería analizada bajo el reflector y un nervio sería acariciado como cuerda de bajo.

DÍA 12

- ¿Y tu de que te ríes? – pregunta una enfermera en la sala de recuperación, supongo que se refiere a mi, que después de respirar hondo, mover los pies y las piernas descubro que todo salió bien.

Aparece la cara del cirujano a mi derecha, pide que me mueva y mientras tanto yo pregunto: ¿podré bailar, correr y dar marometas cómo el resto del mundo?

No hay palabras, sólo una carcajada seguida de una gran sonrisa. Supongo que esa es una afirmación.

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