“Extraño cuando me decían que escuchar”, esa frase apareció en una reunión a finales del año pasado. La persona que la dijo me sorprendió no sólo por su incapacidad para aprenderse mi nombre, también por su nostalgia de tiempos en que escuchábamos la música de forma diferente.
Esa noche platiqué largo y tendido con el muchacho sobre esos días en que unos pocos nos indicaban el camino, que te describían algo y que era casi imposible alcanzar eso de lo que hablaban, por consecuencia nos quedábamos con la descripción y apilábamos en nuestra mente montones de libros, música y películas a las que no teníamos acceso por limitaciones monetarias o porque esos tres objetos de deseo nunca llegaban a nuestro país. Definitivamente eran tiempos diferentes para ver, escuchar y entender.
Realmente no me quejo de mis guías de esa época, porque aprendí mucho con ellos en esos tiempos de carestía cultural, por eso puedo comprender la nostalgia de algunos por ese guía, por esa misma razón no me envolví en argumentos necios cuando empecé a trabajar hace más de una década y me encontré con la vieja guardia del periodismo, la cual nos acusaba a las nuevas generaciones de sacar toda nuestra información y conocimientos de Internet.
Era comprensible su amargura, aquellos que habían acumulado conocimientos con kilos de enciclopedias, revistas importadas e información privilegiada no soportaban la idea de que nuestra capacidad para analizar recovecos electrónicos nos diera cierta ventaja, incluso recuerdo que en alguna revista criticaron a la publicación en la que trabajaba porque “bajábamos cosas de la red”, como si utilizar esa herramienta fuera una afrenta contra la labor periodística.
No éramos ingenuos, no creíamos que toda la verdad estuviera en Internet, sabíamos que en el enredijo de información había tantas mentiras o verdades a medias como las hay en los libros de corte oficial, los periódicos y los noticieros, pero comprendíamos que teníamos una herramienta nueva que muchas veces nos daba más datos que el boletín, las enciclopedia de música o los entes que dirigían lo que debíamos comprender, escuchar, saber y ver.
Tal vez ese es el centro de la incomodidad actual que amenaza con ACTA, que detesta que intercambiemos información a través de redes sociales, que dice mil veces “es ilegal” y que ve ese desborde de información como una amenaza a la cultura... pero ¿qué cultura puede haber cuando te niegan el acceso a ella? Lo que estamos viviendo en estos momentos es eso, un acceso al todo que a veces parece demasiado, es tanto que a veces no te da tiempo para tenerlo todo.
Lejos del problema individual para discernir entre todo lo que queremos acaparar, lo que me hace pensar en esto son dos hechos que no se equiparan en importancia, pero que apuntan al mismo lugar: regresarnos a los días en que alguien más nos decía que debíamos ver y quedarnos nuevamente con la recreación mental por falta de acceso a los objetos de deseo.
Después de leer algunos puntos de ACTA y enterarme que si estrenarán en México Where The Wild Things Are (por demanda del público, no por interés de la casa distribuidora de la película) abrazo a mi computadora (la actual y sus antecesoras) por permitirme tener todo lo que quiero ver, leer y escuchar, por dejarme ampliar mi burbuja (incluso cuando mi mundo se limitó a mi departamento) y atascarme de tanta información que hasta he llegado a deberme tiempo para inflarme con anécdotas, conocimientos y experiencias.
Prefiero decir "no lo he visto por falta de tiempo" a decir "no lo he visto porque al guía cultural no le dio la gana que lo viera", así son estos tiempos, si no has visto algo es porque no quieres, no porque te lo impiden. Y tal vez dirán que hay mucha basura, que debe haber límites, que es ilegal... si, es ilegal, pero en serio ¿es incorrecto que podamos tener tanto acceso a la cultura?
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