Plop, plop, plop... claramente escuché como se desprendían una a una las conexiones entre mis neuronas. A cada kilómetro recorrido apareció ese sonido, un nuevo plop mientras quedaba atrás el lastre de la rutina, otro dándole la espalda a la ciudad, un sonoro eco de desconexión de las preocupaciones y la reinvención diaria del ser. Una serie de zumbidos para crear un nuevo puente sin escalas desde la neblina hasta las playas solitarias, el sol, la deslumbrante resolana y la ausencia de pretextos para decir “una cerveza más”.
La ventana de las probabilidades nuevamente se abre y se convierte en una serie de sensaciones, de Ideas-juego, un nuevo salto dentro de la burbuja, un roce de sal, arena y humedad que tienta con fuerza la idea de ser turista de tiempo completo y que la rutina sea divagar sin ninguna conexión entre la realidad y cada plop que retumba a mi espalda.
Con los labios llenos de sal y una voz infantíl retumbando dentro de mi cabeza, hojeaba un libro sin papel cuando Roberto Bolaño me asaltó con su propia perspectiva, primero la de colgar un libro de geometría en la intemperie para ver si aprende cuatro cosas de la vida y en segundo lugar la del jet-lag como un ensamble de la realidad que dejamos atrás y se enlaza con la irrealidad a la que nos dirigímos. Con 2666 aún fresco en la mente siento como si me aproximara a una ventana y me forzara a creer en lo que dice: cuando uno está en un lugar aquellos que están y que son en otro lado no existen.
En palabras de Bolaño: “La diferencia horaria era sólo una máscara de la desaparición. Así, si uno viajaba de improviso a ciudades que en teoría no deberían existir o aún no poseían el tiempo apropiado para ponerse en pie y ensamblarse correctamente, se producía el fenómeno conocido como jet-lag. No por tu cansancio sino por el cansancio de aquellos que en aquel momento, si tú no hubieras viajado, deberían de estar dormidos”.
La definición del escritor chileno, que aún me tienta con la idea de provocarle síntomas de fatiga, cansancio general, problemas digestivos, irritabilidad y apatía a otros, hace que mi problema para reajustarme a la rutina una vez más en la ciudad se vuelva una sonrisa, sobre todo cuando pienso en ese amigo que alguna vez se vio tentado por la idea de abandonar todo, mudarse de forma permanente a la isla de Holbox y hacer pizzas de langosta o mi idea de vivir al lado de los fogones del mercado Juárez en Oaxaca.
Yo, que ahora sufro un jet-lag terrestre que me alejó de los escenarios de secuestros construidos a puertas cerradas, el aumento en impuestos, inundaciones alrededor de mi casa y lluvías torrenciales, vuelvo a mi ancla en la irrealidad, que hace siete días era mi realidad y me sonríe a pesar del diluvio que sigue inundando los alrededores de mi casa... echándole imaginación, esta creando montañas de agua afuera de mi ventana, tal vez es hora de aprender a surfear en la banqueta.
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