Después de millones de producciones, imágenes, canciones y la influencia que tienen en nuestras vidas en la actualidad, resulta difícil imaginar que en un tiempo los discos solían relegarse al fondo de las tiendas donde se vendían estufas y refrigeradores, que no existía realmente una industria de la música y que el acto de escuchar un disco era sólo eso, una forma de entretenimiento que carecía de importancia.
Mucho antes que MTV, o cualquier otro medio que se jacte de haberlo hecho, los artistas expresaron las dimensiones visuales de su música a través de las portadas de sus discos, aunque para llegar a ese punto tuvieron que pasar por el desconocimiento, ciertos impedimentos contractuales y una estrecha visión corporativa.
A principios del siglo pasado eran pocas las personas interesadas en dedicar muchos minutos del día a la contemplación del sonido, en realidad ese concepto no existía. El formato no permitía la individualidad y sólo provocaba que los discos se acumularan por montones en la trastienda, esperando que algún comprador se detuviera y preguntara por un título a un dependiente que no tenia idea de que trataba el álbum. Para acabar pronto, ni siquiera existían tiendas especializadas, sólo se trataba de montones de anaqueles con álbumes apilados al fondo de las tiendas de artículos para el hogar.
Durante esos años ninguna persona intentó sacudir la industria, nadie había comprendido que los diferentes artistas y su música debían tener diversas personalidades, que empacar un disco en una genérica y endeble bolsa de papel, caja de cartón o envoltorio de piel no era suficiente. Eso cambió en 1939, cuando el ingenio de Alex Steinweiss, director creativo de Columbia contratado para diseñar material publicitario y catálogos, creó el concepto de diseño de portada como medio para traducir las sensaciones y emociones de la música en un lenguaje visual, tipográfico y artístico.
Steinweiss expandió los límites visuales de la música y les brindó elementos inspirados en los largos pósters del art deco francés y alemán. Todas las características de los carteles de esa época fueron llevadas al frente, como una imagen central de gran fortaleza, con una tipografía atractiva y una serie de colores contrastantes que ningún posible comprador podía olvidar.
Con la propuesta de Steinweiss, las fundas de los discos dejaron de ser insignificantes bolsas de protección intercambiables, que sólo servían para promover productos o servicios poco cercanos al disco. Lo innovador, interesante y vanguardista de la idea fue el hecho de que nadie había tenido la intención de aplicar una forma de pensar creativa y artística en ese campo, las posibilidades que brindaba nunca antes habían sido explotadas.
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