Gloria, la que al final de la historia falta en el aire, desarrolla su personalidad y soledad a través de fragmentos de baladas de los 80 entonadas en voz dolorosa, que nos colocan en el contexto de una mujer de 50 y tantos años, divorciada, redescubriendo emociones que no ocurren de la misma forma debido al equipaje de los años.
La protagonista, caracterizada por Paulina García, enfrenta la necesidad de no desaparecer en el fondo porqué ya no es joven. Gloria saluda al mundo a su alrededor como una broma ligeramente desconcertante que ocurre entre una oficina, dos hijos adultos y un departamento que algunas veces es invadido por un gato sphynx, cuya rosada desnudez y necesidad de cariño no tardan en convertirse en un espejo de la misma Gloria.
El filme es una serie de secuencias que muestran la personalidad resiliente de Gloria. Desde el principio, podemos ver que, a pesar de su bagaje romántico, ella es optimista. La vemos en un club nocturno divirtiéndose y conforme avanzan los minutos descubrimos una vida relativamente completa, pero también nos asomamos a los vacíos entre las llamadas sin respuesta, las clases de yoga y la risoterapia.
Como película, Gloria es diferente debido a su honestidad acerca de las dificultades que esperan a los adultos que encuentran un nuevo amor, pero también es un retrato de cierto segmento de la sociedad chilena que todavía se siente algo insegura de que hacer hacer frente a su historia reciente, la cual sigue tomando las calles para exigir a través de los jóvenes un futuro robado.
El viaje de Gloria está libre de puntos artificiales o un clímax, el director Sebastián Lelio no invierte minutos en validar el estilo de vida de la protagonista. Busca enamorarnos de ella con la magnética actuación de Paulina García, que hábilmente nos dirige hacia ese punto en que esforzarse por la felicidad resulta aún más abrumador, pero en vez de brindarnos un drama, logra una comedia en la más oscura emoción de cada escena.
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