De ahí parten muchos cultos, como el que está creciendo alrededor de Shane Carruth, que tan solo con dos películas sobre individuos aislados nos hace pensar que su trabajo anterior de desarrollador de simuladores de vuelo tuvo consecuencias tan extrañas como las historias que ha actuado, editado, escrito, dirigido, musicalizado y producido basándose en una ética Do It Yourself para construir todo meticulosamente para preservar la calidad de un objeto artesanal.
Así como aprendió de forma autodidacta a manejar una cámara de 16mm para filmar Primer (2004), realiza sus propios efectos visuales para retar los grandes presupuestos invertidos en la ciencia ficción, demostrando que una escena puede ser impactante con unos pocos giros y recursos de la imaginación; de la misma manera controla el ámbito sonoro de sus películas creando sus propio soundtrack con sonidos de música avant-garde que empiezan a volverse piezas para coleccionistas.
Sin embargo lo más interesante de Carruth son sus historias, donde las explicaciones iniciales sobran y se abunda en las consecuencias con el uso de la comunicación no verbal, un elemento que comparte con muchos de los directores antes mencionados. Crece como director acentuando la idea que las películas pueden ser sueños disfrazados, con la capacidad de liberarse de las presiones económicas impuestas por Hollywood para revelar mitos y símbolos de fantasías superiores a los héroes de cómics, ofreciéndonos verdaderas visiones artísticas del mundo y meditaciones inusuales de la naturaleza de la individualidad.
Aunque la austeridad es parte de su estilo para crear, no por eso sus películas Primer y Upstream Color (2013) son simples, al contrario son sumamente complejas. Se basan en la idea de que la narrativa no debe darte una lección, asirse a la verdad de los hechos o explicar todo negándote la exploración personal. Tal vez están más enfocadas en la resolución y conclusión, por eso en su debut cinematográfico la explicación de los componentes electrónicos o las teorías científicas alrededor de la máquina del tiempo no son tan importantes como lo que ocurre a través de las capas que se van formando y enlazando entre el pasado y presente de los protagonistas.
Los dos filmes tienen un ritmo que desorienta e inquieta, no son para el cazador de blockbusters, buscan una audiencia intrépida capaz de disfrutar una experiencia paranoide con viajes salpicados de trascendencia, con finales a veces artificiales que no predican o enseñan, pero que resuenan en tu mente por un largo tiempo, obligándote a repetir la experiencia con ojos más curiosos. Seguramente te seguirás preguntando qué viste, pero empezarás a apreciar que Shane Carruth niegue información fundamental para desarrollar planes de vuelo en el cine.
Publicado originalmente en Filme Magazine
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