Solía comer, conducir y dormir con una guitarra entre sus manos, sus presentaciones en la adolescencia hacían que la quijada de sus compañeros cayera al suelo en los concursos de talento, poseía movimientos que las estrellas de rock conocen, incluso tenía la capacidad de tocar pasajes imposibles para otros y al mismo tiempo jugar con un yo-yo.
Su reputación lentamente creció hasta llevarlo al grupo Cacophony, posteriormente a la oportunidad de tocar en el grupo de acompañamiento de Dave Lee Roth, llenando el espacio que alguna vez ocupó Steve Vai, para Jason Becker era un sueño convertido en realidad, para otros se trataba del primer paso hacia un lugar donde sólo viven los guitarristas prodigiosos. Sin embargo el sueño tuvo una corta vida, a la edad de 19 años se le diagnosticó la enfermedad de Lou Gehrig, condición que no sólo le impidió volver a tocar la guitarra, también le dio tres años más de vida.
Aunque toma cerca de 40 minutos llegar a ese punto, descubrimos a través de sus padres y amigos la forma en que el instrumento se fundió con el músico, el significado de cada logro y los eventos que nos conducen a un desenlace fatal. El director Jesse Vile logra sumergirte en una pasión que concluye en la primera parte con el eventual deterioro físico de Jason Becker y su muerte, pero en este caso es el inicio de otro momento en la vida de Becker, que en la inmovilidad nos muestra una nueva forma de comunicarse y componer música con el movimiento de sus ojos.
Donde termina la historia del extraordinario guitarrista que llegaría a ser Jason Becker, posible candidato del G3, comienzan los logros a lo largo de 20 años, en los que a pesar del diagnóstico continúa no sólo con vida, sigue creando música. El cuento austero se convierte en un documental basado en la música, sobre una persona que no ha dejado de crear la única cosa que nació para hacer, aunque la guitarra sea un instrumento que ahora sólo roza con los ojos para encontrar inspiración.
Becker continúa sonriendo, moviendo únicamente los ojos para dictar notas, para colocarlas en el lugar correcto de forma electrónica y así producir cinco discos que le han permitido reconstruir su vida completamente. A partir de ese momento surge el “no está muerto todavía” para remarcar la idea de que es una leyenda viviente entre los músicos. Becker, en silla de ruedas y completamente paralizado, es la razón por la que se realiza un festival con los mejores guitarristas del mundo (Steve Vai incluido) y se celebra un día en su nombre en su natal Richmond, California.
La idea de sexo, drogas y rock and roll nunca se echa de menos, es un retrato completemente diferente de la música. Creado a partir de vídeos caseros, fotografías y múltiples entrevistas, el documental Jason Becker: Not Dead Yet se muestra como un desafío a las ataduras dictadas por una condición física, con el músico siendo cuidado por su familia y múltiples novias en la mayor parte de su vida adulta, logrando que su capacidad se convierta en el propósito de muchos de los que lo rodean, facilitando formas para seguir creando.
Al final, la premisa de que podría ser el guitarrista de rock más grande que ha existido queda opacada, Jason Becker simplemente surge triunfante, hablándonos a través de la voz de su padre, informándonos que no le interesa ser reflexivo sobre su vida, aunque la profundidad de sus ojos indica que hay muchas capas de él que todavía no hemos escuchado.
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