Eran jóvenes, adolescentes del hardcore, sus espaldas estaban contra la pared - la sociedad no daba nada por ellos. La autoridad era el enemigo público número uno, la policía de Los Ángeles se concentraba en controlarlos. Ellos tomaron una posición en contra de toda esa situación, porque sabían que eran el futuro y se negaban a sufrir un lavado de cerebro. Verdaderamente ningún director de cine había logrado entender de dónde venían, sólo Penélope Spheeris logró que los inadaptados que a la sociedad le encantaba odiar tuvieran un rostro y voz.
Desde los primeras palabras del skinhead Eugene sabes que se trata de un documental memorable: “Eso es estúpido, ¡punk rock!”. La frase contundente sólo es un golpe de inicio, el verdadero espíritu de la película aparece de una forma divertida, mostrando a diferentes vocalistas leyendo a la audiencia un aviso sobre el equipo de personas que los filmaría y utilizaría su “horrible apariencia” para un documental "y otros propósitos". La advertencia no sólo es el preámbulo al desenfrenado ruido en vivo y agresivas convulsiones que se desatan después, también es la marca personal de cada parte de la trilogía The Decline Of Western Civilization.
El estilo de la película, como la música, es abrasivo, franco y lleno de energía, gran parte de las escenas que utiliza la directora para mostrar la energía del punk ocurren en diversos conciertos, sin embargo The Decline Of Western Civilization no es un concierto, es un documental enfocado en dar al espectador elementos clave para entender de que se trata el punk más allá de las púas y las letras que recorren cientos de palabras en menos de dos minutos.
Sorprendentemente, la música no es el móvil del filme. Mientras Spheeris recorre casas, captura actuaciones y muestra los puntos de vista que construyeron el movimiento, descubres que los punks son los sujetos de interés, los conocemos desde la perspectiva de periodistas (uno de ellos dice que el “punk es el folk de los 80”), dueños de bares, guardias de seguridad de algunos clubes, managers, músicos y los mismos punks.
Para comprender el punk desde el exterior, escuchamos a un organizador de conciertos intentando explicar el significado y los movimientos básicos del slam, después en las oficinas de Slash Magazine conocemos las virulentas cartas de los lectores, el interés en las bandas y la estética detrás de las canciones, las imágenes y el vestir. Pero la entrevista más esclarecedora respecto a la importancia de The Decline Of Western Civilization proviene de un policía, que intenta hacernos comprender las razones por las que el punk y sus seguidores les preocupan, razones que posteriormente provocaron que no se permitiera exhibir la película en Los Ángeles durante varios años por temor a una revuelta juvenil.
Penelope Spheeris y su equipo tuvieron acceso a la escena como ninguna persona lo logró, es evidente el respeto que demostraron hacia cada persona. Spheeris ni condena, ni idealiza el movimiento. Mientras ves The Decline of Western Civilization nunca tienes la sensación de explotación o rechazo, por eso algunas de las mejores partes del documental ocurren cuando entrevista a los combativos punks, que no dudan en dar su franco o devastador punto de vista sobre la sociedad en la que viven. De la misma manera, los músicos que entrevista la directora se muestran abiertos en una manera inconsciente, algunos de ellos son de ingenio rápido, mientras que otros parecen totalmente despistados.
Uno de los mayores éxitos de The Decline of Western Civilization es que puede apelar tanto a los que no son seguidores del punk como a los que viven completamente dentro de su ideología. Más importante aún, captura un momento en la historia antes de que el movimiento se convirtiera en una idea capitalizable, cuando las bandas tocaban (o trataban de tocar en algunos casos) en clubes fríos, húmedos y sucios ante un público que mostraba tanto respeto por sí mismos como por las bandas.
Como una especie de antropólogo infiltrado en una fiesta, Spheeris captura el comportamiento de estas personas de forma transparente, sus motivos, sus gustos y odios, y el poder de cada uno de ellos fuera de la pantalla. Esa también fue la razón por la que muchas de esas bandas se volvieron reales y tangibles, afirmando que cualquiera puede tener un grupo, incluso si se vive en la calle y no se sabe nada de música. Todo es una cuestión de espíritu.
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