Don't Look Back

De diversas maneras, tiene mucho sentido que Don't Look Back fuera lanzada a través de un notable pornógrafo. En 1967, El Presidio, un teatro de mala muerte de una pantalla en San Francisco, fue el único teatro que decidió proyectar la obra maestra de 16 mm de D.A. Pennebaker, después de años de presentar únicamente películas pornográficas. El hombre que aseguró su proyección durante una semana en El Presidio, incluso sugirió que “parecía una película porno, pero no lo era”.

La granulosa impresión sin duda representa un cierto encanto de bajo presupuesto que, presuntamente se encontró en el cine porno, pero no es suficiente decir que Don't Look Back parece a una película porno, se acerca por la muestra inédita en ese tiempo de lo que hay detrás del escenario y la picardía aportada por el tono de verdad cruda que aporta el cinéma vérité, sin embargo las aspiraciones como pornografía del rock and roll se vuelven una broma recurrente establecida desde la presentación de Subterranean Homesick Blues en la apertura del filme, con Bob Dylan interpretando a Buster Keaton con las tarjetas de referencia.


Filmada durante una gira de tres semanas en el Reino Unido en la primavera de 1965, pocos meses de antes de la presentación eléctrica de Dylan en el Newport Folk Festival, muestra como se desliza algunas veces la máscara de Bob Dylan, fascinante, mientras lucha entre el afecto y el desafecto. Lo ocurrido en Don't Look Back es espontáneo, sólo el vestuario está definitivamente establecido: gafas de sol, chaqueta de cuero, pantalones ajustados y un peinado fuera de control. El resto es Dylan jugando su papel, mostrando el contraste entre el Dylan previo a 1965 y su presente encarnación. En lugar de tener un murmullo, una actitud distante, Dylan es agudo, articulado y en la parte más alta de su juego.

Don't Look Back es la transformación sin narrador del cantante de folk al ídolo de rock, su camino hacia la cresta de una nueva popularidad en la que Dylan interactúa a través de combates de palabras con la prensa británica y un sofisticado periodista de la revista Time, que preguntan cualquier cosa y llegan a parecerse un poco a esos fans ansiosos que por conocerlo tras bastidores, parecen un rayo que acosa, exige algún tipo de contacto y respuestas para todo.

No hay compromiso con una voz en off o cualquier tipo de narrador forzado, eso tiene como resultado una mirada a Dylan sin filtrar, un retrato del artista como una súper estrella de 24 años de edad. Pennebaker captura imágenes del método creativo de Dylan y también captura los momentos de descanso. El documental se abstiene de los comentarios de terceros, toda la información es proporcionada por los protagonistas y por las acciones, el lenguaje corporal y el tono de Dylan, sólo de esa forma vemos la lucha instintiva del compositor contra la definición.

Exhausto y literalmente enfermo de ser analizado, lo descubrimos en lo privado en una discusión en la que anuncia que sólo responderá por los destrozos o el ruido de las personas que lo acompañan, el séquito que lo ha seguido durante toda la gira y que ha incluido a Allen Gingsberg, Joan Baez, Marianne Faithfull, Alan Price y Bob Neuwirth; también lo vemos aceptando con benevolencia que el cantante folk Donovan interprete una balada para él y sus amigos, en respuesta interpreta It's All Over Now, Baby Blue, demostrando que incluso en las sesiones improvisadas en la habitación de un hotel, él sigue siendo Bob Dylan.

La marca de D.A. Pennebaker se mueve a través del músico en lugares indefinidos, una serie de habitaciones de hoteles igual de indistinguibles y salas de conciertos, perseguido por periodistas intelectuales que quieren hablar con el oráculo. No hay nada planeado, por eso uno tiene la sensación a veces de tener permiso para asomarse a la vida privada. El director muestra imágenes sobrias que muestran la complejidad de ser joven, talentoso y famoso sin lanzar dardos a su objeto o ignorar sus defectos profundamente humanos.

Parte del encanto de Don't Look Back es, después de todo, el misterio. Jamás sabemos los nombres de las personas que aparecen en cada esquina de la habitación, tampoco descubrimos el objetivo del gigantesco foco que lleva Dylan en una conferencia de prensa. Sabemos que esas preguntas no tienen porque ser respondidas, pero sabemos que se trata de Dylan intentando mantener su imagen, aunque al final descubrimos que es tan elusivo en lo público como en lo privado.

Bob Dylan nunca es realmente revelado, sólo hay pistas. No hay forma de discernir que hay debajo del cabello esponjado, las gafas oscuras y la chaqueta de cuero. Incluso en lo que parecen tomas casuales, su rostro elude la cámara. Se resiste a revelar o probar algo. Si piensa algo, no lo dice para la cámara. Y tan sólo para agregar una capa más de misterio, al final, después del gran éxito de un concierto en el Royal Albert Hall en Londres, vemos al poeta y sus amigos descubriendo la nueva etiqueta que le ha otorgado la prensa británica: “Anarquista”. Dylan parece encantado, pero se desvanece, felizmente triste en la realización de que nadie le entiende.


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