Veía una película sobre Beethoven con Gary Oldman y escuché esa perspectiva, la de entender la intención del autor, la de provocarte una emoción y transportarte a través de notas hasta la fuente de inspiración, la de llevarte a través del Himno a la Alegría hasta la escena del final: la furia, el escape de un padre golpeador y la liberación de nadar semidesnudo en un lago que atrapa estrellas en su reflejo durante la noche (y justo en este momento recuerdo ese cortometraje de un niño atrapando En el Espejo del Cielo el reflejo de un avión).
Una sensación placentera de huida que termina en alegría que me dejó en una especie de éxtasis buscando pistas nuevas en las mil canciones favoritas dentro de mi iPod, una embriaguez que intenté llevar hasta lo que leo y terminó hace unos instantes cuando la ficción transgresora logró revelarme su fuente de inspiración… esa es la razón por la que leo muchos libros entre cada historia de Chuck Palahniuk.
Mientras contengo un leve mareo después de leer Tripas entiendo más a Palahniuk, entiendo porque archiva historias inverosímiles e inevitablemente me transporto a través de letras hasta su avalancha de post-its convertidos en historias que logran transgredir desde la ficción el interior de tu estómago. No digo que Tripas sea lo peor que he leído, porque no lo es, sin embargo haber seguido las instrucciones de respirar hondo, contener el aire y leer me dejaron con una extraña resonancia entre vientre y boca, que no tiene nada que ver con la risa adictiva que me provocó la primera historia que leí de Charles Bukowski.
Aunque Exactamente No Fue Bernadette y Tripas coinciden en las insólitas estrategias de masturbación, Bukowski me enganchó y se convirtió en mi héroe borracho provoca risas, Palahniuk en este momento es el tipo que me sigue causando curiosidad por la gente que se acerca a contarle historias… también es el culpable de que considere mi gusto por el calamar.
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