Debí saber que estaba detrás de mi, pero el escalofrío en mi columna que había acompañado siempre su presencia no apareció. Su voz fue el único aviso de que estaba en el cuarto. No me atreví a encararlo, seguía absorta en los papeles que aparentemente hablaban de mi. La vista saltaba de un lado a otro de los cuatro muros, pero mis ojos terminaban centrados una y otra vez en la pared que quedaba a un lado de la cama de Kite.
En un lugar delicado en la parte más baja del muro, aparecía incesantemente una sombra que parecía capturar el espíritu de una mujer, la silueta era rodeada por un marco ovalado con un tipo de letra a mano. Era la imagen de la escasez en un perfecto desuso del color. La suma de todas las partes en una sola imagen que emanaba cierta nostalgia.
La silueta negra parecía mecerse estática sobre el fondo blanco, vibraba imperceptiblemente como si un viento soplara detrás o fuera un papel que palpitaba con latidos moribundos. La imagen pulsó febrilmente en mi vista cuando empecé a escuchar un siseo que repetía mi nombre. Mi pulso empezó a sincronizarse, no tardó en convertirse en taquicardia que incongruentemente provocó que mis ojos empezaran a cerrarse. El desvanecimiento parecía inevitable cuando la mano de Kite aferró mi muñeca, su contacto volvió a amartillarme en el suelo.
Cuando abrí los ojos de nuevo todo en la habitación vibraba, excepto por los ojos dorados de Kite. No podía escapar a su mirada, sin embargo los 10 años sin comunicación seguían presentes, la única diferencia es que ahora no podía dejar de mirarlo. Sus ojos me tenían atrapada y me liberaban una milésima de segundo cada vez que parpadeaba, pero en cuanto sus pestañas se separaban me volvía a cautivar. No podía rechazar de ninguna manera el control que ejercía sobre mí, era un dominio tranquilizador acompañado por un arrullo inaudible.
Kite sopló sobre mi cara, soltó mi muñeca y volvió a acomodarse en la penumbra, totalmente alejado de mí. Su aliento persistía sobre mi cara. Miraba el mundo en blanco y negro, pero después del blanco y negro mi vista se hundió en un millar de tonos de gris. Estaba sumergida en una gran esperanza blanca y pastosa, con una ventaja emocional donde no había duda de sus intenciones. La nube de humo parecía ser la llave de la ciudad de la morbosa angustia romántica, con todo destrozado y retorcido.
Sentí el cuarto vibrando, desvaneciéndose, vi su reflejo lánguidamente sobre el techo acanalado, lo observé por última vez desde el soplo pastoso mientras mi mirada cambiaba rápidamente del Kite real al reflejo de Kite y de vuelta al Kite real. Trepidaba en medio de la oscuridad que lo rodeaba, era como un humo que abría puertas sensoriales y se extinguía como una llamarada. Era como respirar una explosión.
Exhaló una larga calada, su voz inaudible y el humo del cigarrillo eran uno a la vez. Yo estaba sin aliento, me incliné hacia la nube e inhalé algunas de sus palabras. Lo que había estado en él, estaba sobre mí. Me encantó la complejidad de su tono, pocas cosas eran ciertas en mi mente, la importancia de compartir un secreto con él no pasó desapercibida.
Ambos nos evaporábamos. Yo casi era un fantasma, pensé que me iba a desintegrar en seco a sus pies, pero me mantuve sin fragmentos porque por primera vez escuché verdaderamente su voz. Sus palabras se unían a un murmullo de manera poco convencional a través de una coda que se desvaneció de forma natural. El sonido fue interrumpido aquí y allá por su propia mueca de dolor y gemidos de su sonora desesperación. Un atisbo de humanidad habría sido una asesina atracción instantánea, sin embargo no lo fue.
Volvía el silencio. Nuestra colección de silencios ya se componía de neblinas.
Me concentré y quedé subyugada con la idea de que la trayectoria de este resplandor amarillo a través del cuarto había comenzado hace mucho tiempo. En un momento estaba mirando espacios distantes, al siguiente oía una voz, pero a mayor distancia. Estábamos sentados en una especie de polvorín, había algo en el árido paisaje, parecía la celebración de un momento en que todo se manifestaba como algo posible, con los mundos y las fuerzas convergentes adquiriendo una voz completamente nueva que hervía dentro de mi cabeza, regresándome a un instante donde tenía una memoria silenciada de algún tipo de placer.
Kite vibraba, su cuerpo vibraba, sus ojos eran un brillo que crecía en medio de la bruma. Sus ojos gritaban, el humo que exhalaba hacía que mi corazón se detuviera. Estaba frente a mi como un hombre que vivía en un ámbito de muda interioridad, de perpetua resistencia contra el sonido del mundo, el exterior le parecía un incoherente fondo para sus revueltos pensamientos, un exterior erróneo pero vivídamente correcto.
Piensas que con cada despertar en la mañana, el ayer ya no cuenta, pero para él eso era lo único que importaba. El ayer era un tiempo que le dolía y le prometía amores eternos mediante matices del placer. El ayer era un oscuro pasajero, un polisonte incierto que lo obligaba a empezar con lo ridículo y seguir rebobinando hacia el bullicioso silencio.
Cuando la neblina se evaporó de mis ojos, pude reconocerlo. Era Kite, el vagabundo del tiempo, el que me hundió y me hizo perderme... sin nervios perdí la cabeza y casi todo lo que tenía. Todo se veía descolorido, ya no podía ver ni mi mano delante de mí. La luz caía brillante y pálida, como un beso de signos parpadeantes, no tenía ningún peso y sólo era luz. Por él.
Mi mente estalló en recuerdos.
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