Heima, la palabra que en islandés significa tanto “patria” como “en casa”, es una elegía a toda una isla que parece estar en transición, con inyecciones de belleza natural tan importantes y en constante movimiento como los sucesos alrededor de la gente que la habita. Ese es el mundo de Sigur Rós, el hogar al que somos trasladados para mostrarnos de que trata su música.
En el año 2006, después de una larga gira internacional para promover el disco Takk, Sigur Rós volvió a Islandia para hacer algo único: viajar al interior de su país para tocar de forma gratuita (y sin anuncios) como una manera de devolver algo sus habitantes, tanto sus seguidores como los que no los conocían tanto, pero también fue un reconocimiento a Islandia, que ocupa un lugar preponderante en su estética.
Filmado durante dos semanas en el verano, Heima es un registro de estos conciertos, realizados en lugares tan inverosímiles como una fábrica de arenques en desuso y varias actuaciones al aire libre totalmente acústicas, conciertos algo espontáneos que se mezclan con escenas de paisajes volcánicos, icebergs derritiéndose en reversa y vuelos sobre parques nacionales que se fusionan de vuelta con cometas en el cielo, la gente y sus expresiones ante una banda de guerra marchando solemnemente en una calle o hacia el centro de un público extasiado.
El director Dean DeBlois logra un registro intensamente evocador de esa serie de espectáculos poco ortodoxos que el grupo realizó de forma totalmente libre, donde todo se convierte en el mejor escenario para una agrupación como Sigur Rós, no importa si se trata de una casa de cultura, un tanque abandonado, el centro de Reikiavik o un campamento de protesta bajo el monte Snaefell, todos parecen ambientes más que adecuados para cada canción.
A través de ésta visión, Islandia surge como una estrella de la película junto con la música, , ofreciéndonos un vívido retrato de sus paisajes y sus vibrantes o solitarios complementos que difícilmente podrían haber recibido mejor promoción si la Secretaría de Turismo hubiera encargado el trabajo. Claramente, Heima proporciona una forma atípica e intensa de la experiencia que va más allá del documental de música convencional o cualquier promocional gubernamental, se aleja de la tradicional y aburrida visita al entrelazar las imágenes con entrevistas reflexivas y elocuentes, que intensifican el paso hacia cada escena de paisaje o concierto.
Dean DeBlois logra una película de conciertos que no acaba de seguir las normas habituales del género, se concentra tanto en las personas, lugares y el país que les rodea que obtiene un filme de actuaciones fuertes e inquietantes sobre sonido y visión. Y a pesar de que las canciones de combustión lenta no son precisamente un atractivo universal (dos de ellas culminan en el tipo de caos de guitarra que incluso confunde a los familiares de Sigur Rós), cuando la banda y el movimiento cinematográfico se unen, producen preciosos momentos de grandeza trascendente.
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